Crónica de la Vela del 24 de octubre de 2.013

Crónica de la Solemne Ceremonia de Vela del Santo Sepulcro de San Juan de Dios del día 25 de octubre de 2013.

Sacristía de la Basílica de San Juan de Dios de Granada. Es la noche del día 25 de octubre de 2.013. Los Caballeros que iban a ser investidos, revestidos sólo con la capa blanca, sin muceta y con guantes blancos, presentes ante el Gran Maestre y junto a los grados menores postulantes, hicieron solemne promesa de cumplir fielmente los Estatutos de la Asociación y guardar secreto sobre los puntos de la Ceremonia de Vela que el Gran Maestre indicara. Entretanto, Don Víctor Carmona, desde la Cancillería de Decuriones, organizaba en el interior del templo al pequeño cortejo con el que seguidamente darían comienzo los ritos iniciáticos, de los que más adelante da cuenta esta crónica.

Un grupo de Caballeros y Grados Menores ha acompañado a los neófitos en el acto celebrado, renovando el compromiso de vigilancia adquirido en anteriores citas y viviendo con ellos el momento de reflexión interior que es el rasgo singular de este rito.

Esta simbólica Ceremonia es uno de las ocasiones del año para el refuerzo del compromiso adquirido por los asociados. La Investidura, que tendrá lugar mañana, es, a diferencia de la Vela, un acto más exterior. En cambio, “velar” es, esencialmente, algo privado, personal, íntimo…. Así, sólo está permitida la asistencia al acto de la Vela del Santo Sepulcro a los postulantes de los distintos grados de la Orden y, como es lógico, a todos aquellos miembros ya investidos que así lo deseen.

Todos los asistentes guardaron silencio en la Sacristía. Seguidamente, dos filas integradas por postulantes y miembros profesos hicieron su entrada en la Basílica, y tomaron asiento en los primeros bancos al pie del presbiterio.

Sentados todos en sus puestos se anunció la solemne entrada de la Palabra. La campana comenzó a doblar y empezó a desfilar el cortejo, organizado en la capilla del Santísimo Cristo de la Caridad, junto a la cancela de la Basílica: al frente, la espada del Gran Maestre, portada por el Decurión D. Ángel Oliveras, la Cruz y dos ciriales. Seguidamente, la bandera de la Orden y a continuación un Caballero portaba los Evangelios, escoltados por cuatro espadas. Las armas, signo de la defensa, el rigor y la lealtad, fueron empuñadas por los Decuriones de la Orden, como símbolo del voto de salvaguarda de los valores y protección del Sepulcro de San Juan de Dios. Al llegar al pie de las gradas del presbiterio fue expuesta la Palabra y, tras depositarla en el lugar central preparado al efecto, cada uno de los integrantes del cortejo ocupó su lugar en los bancos cercanos a la sede.

Con ello empezaban los ritos iniciáticos de la Vela, seguidos de un breve discurso que el Gran Maestre, y también Rector de la Basílica de San Juan de Dios, como es costumbre, dirigió a los allí presentes.

El Gran Maestre empezó indicando el significado del acto de la Vela del Santo Sepulcro: nos encontramos ante un momento especial que, como era acostumbrado entre los aspirantes que iban a recibir el espaldarazo, y tomar la condición de caballeros, tenía por misión vigilar sus armas. E invitó a todos los asistentes hacer un acto de vela, de vigilia… pero, en nuestro caso, recalcó, velar debía significar estar atentos a nuestras sensaciones interiores.
Había que aprovechar este momento. Así, explicaba, nuestras sensaciones interiores no eran el mero producto de un conjunto de sinergias provocadas por un movimiento orgánico. Si estábamos atentos, concentrados y en actitud de recogimiento, nuestra sensación interior podíamos identificarla con el producto de un movimiento espiritual. Del Espíritu, con mayúsculas. Con un movimiento de Dios. A este respecto, citó las palabras del Apocalipsis, que nos conminan a estar vigilantes si queremos que el Espíritu haga morada en nosotros: “Mira que estoy a la puerta, y llamo, y si alguien escucha mi voz, entraré en él, y haré morada en él” (Ap. 3, 20).

Aclaró entonces que este momento hemos de aprovecharlo, comprendiendo que no importaba su extensión temporal. Indicó que “el tiempo” -citando a Inmanuel Kant- “es una forma a priori de la sensibilidad”, no necesita demostración. Por lo tanto, lo importante era la calidad e intensidad en la vivencia de nuestra sensación interior. Y nos invitó a vivir con la máxima intensidad aquel momento de contacto con el Espíritu para el que nos estábamos preparando. Recordó las palabras de los salmos de David (Salmo 89, reproducido in fine): “Mil años en tu presencia, Señor, son como un ayer que pasó, como una vela nocturna”, que pasan aprisa, y vuelan.

Por último, el Gran Maestre concluyó con unas palabras de ánimo para conseguir dicho objetivo.

Una vez terminadas sus palabras, el Gran Maestre tomó el juramento de silencio previo al acto de la Vela. De esta forma comenzó la procesión al Camarín donde Escuderos, Decuriones y Caballeros -cubierta la cabeza- iban precedidos por Cruz, ciriales y espadas.
En el Camarín -ante los restos de San Juan de Dios- el Gran Maestre procedió a la lectura de un fragmento de una de sus cartas. Nos remarcó, ante aquel sepulcro que íbamos a tener el privilegio de besar, que era la mismísima voz de San Juan de Dios la que íbamos a escuchar. El pasaje está tomado de la 1ª Carta a Gutierre Lasso:

“Dios os salve, hermano mío muy amado y querido en Jesucristo. La presente será para haceros saber como estoy muy preocupado y con mucha necesidad, gracias a nuestro Señor Jesucristo por todo ello; porque habéis de saber, hermano mío muy amado y querido en Cristo Jesús, que son tantos los pobres que vienen aquí, que yo mismo muchas veces me asombro, cómo se pueden sustentar; mas Jesucristo lo prevé todo y los da de comer; ya que solamente de leña son necesarios siete u ocho reales cada día; porque, como la Ciudad es muy grande y muy fría, especialmente ahora en invierno, son muchos los pobres que vienen a esta Casa de Dios; porque entre todos, enfermos y sanos, gente de servicio y peregrinos, hay más de ciento diez. Siendo esta Casa general, se reciben en ella de todas las enfermedades y a toda clase de gentes; hay aquí tullidos, mancos, leprosos, mudos, locos, paralítico, tiñosos y otros muy viejos y muchos niños; y además de éstos, otros muchos peregrinos y viandantes que aquí vienen; les dan fuego, agua, sal y vasijas para guisar la comida; para todo esto no hay renta, más Jesucristo lo prevé todo. […] Por lo cual estoy aquí empeñado y preocupado por sólo Jesucristo, pues debo más de doscientos ducados de camisas, capotes, zapatos, sábanas, mantas y de otras muchas cosas que son necesarias en esta Casa de Dios, y también para la educación de niños que aquí dejan. Por lo cual, hermano mío muy amado y querido en Cristo Jesús, viéndome tan empeñado, que muchas veces no salgo de casa por las deudas que debo; viendo padecer tantos pobres, mis hermanos y prójimos, y con tantas necesidades, tanto del cuerpo como del alma, como no los puedo socorrer estoy muy triste; no obstante confío en Jesucristo, que El me librará de las deudas, pues conoce mi corazón. Y así digo, que ¡maldito el hombre que se fía de los hombres!, sino sólo de Jesucristo; de los hombres has de ser separado, quieras o no, mas Jesucristo es fiel y durable: Jesucristo lo prevé todo, a El sean dadas las gracias por siempre jamás, amén Jesús.”

Todos reunidos ante el Sepulcro del Padre de los Pobres, en respetuoso silencio, escuchamos a continuación una pequeña y esclarecedora explicación sobre el significado de la Caridad. El Gran Maestre nos comentó este pasaje poniendo el acento en el tema de la empatía. Para explicar la Caridad lo mejor es que nos fijemos en el Maestro de la Caridad, en San Juan de Dios. Si observamos bien, lo encontramos, en muchas ocasiones, cuando le ha resultado imposible socorrer físicamente a sus prójimos, triste… o sintiéndose el Santo como “si se me despedazase el corazón”. En este punto, el Gran Maestre se remitió al conocido capítulo 13 de la Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios: pone muchos ejemplos de actos heroicos… y aparentemente admirables… Pero no lo serán -dice San Pablo- si esos actos no se hacen “con caridad”. Si no tengo caridad, nada soy. Porque la Caridad es, ante todo, un gesto de empatía. De saber ponerse en la piel de los demás. De imaginarnos como debe de estar sintiéndose nuestro prójimo. Es una cuestión de sensibilidad y de estar orientado hacia los demás, de estar preocupados por las personas más cercanas a nosotros. A partir de ahí, debemos de hacer lo que podamos para intentar remediar su necesidad. Pero nótese que lo realmente importante no es ni siquiera que lleguemos a remediar la necesidad. Lo importante es que tengamos un corazón sensible. Que nos demos cuenta de las necesidades de los demás y tengamos esa sensación interior de ir a remediarla. Y si no podemos, nos pasará como a San Juan de Dios. Sentiremos la tristeza y la pena de no poder hacer nada.

Después de un rato inmersos en un profundo silencio meditativo, siguió el rito de la Vela e iniciación de los postulantes, quienes realizaron un ferviente acto de veneración.

Poco después comenzó la bajada del Camarín de igual modo a como se había producido la subida y una vez en la Basílica, se celebró la Exposición del Santísimo, seguida de oración silenciosa y privada ante Jesús Sacramentado, mientras los miembros de la Orden estaban allí postrados.
Para finalizar Fray Juan José impartió la bendición a los allí presentes y terminó la ceremonia de Vela del Sepulcro de San Juan de Dios.

Los postulantes que asistieron a la Solemne Ceremonia de Vela del Santo Sepulcro fueron los siguientes:

Caballeros y Damas
Don Víctor Villar-Aragón Expósito, Fisioterapeuta Osteópata;

Don Higinio Pi Guirado, Notario de Granada;

Doña Lucrecia María Cardenete Herrera, Licenciada en Derecho;

Doña María del Carmen Sanabria Rodríguez, Ginecóloga y Directora de la granadina “Clínica Sanabria”;

Don Luis Martínez Dhier, Médico Especialista en Medicina Nuclear.

Decurión, de ascenso.
Don Manuel Estévez Díaz, Profesor de Educación Física.

Escudero.
Dom. Fernando Flores Fernández, Sargento 1º de la Guardia Civil, Cruz al Mérito de la Guardia Civil con Distintivo Rojo.

En Granada, a 25 de octubre de 2.013.

Por Pedro José Maldonado Ortega, Caballero Cronista.Yfo

Salmo 89
Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
2Antes que naciesen los montes 
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.
3Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán».
4Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.
5Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
6que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.
7¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
8Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
9y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.
10Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.
11¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
12Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
13Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
14por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
15Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
16Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.
17Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.