Vida de San Juan de Dios: CAPITULO II
SOLDADO DE GUERRA (1523)
A la edad de 27 años, (1523) se alistó en las tropas de un capitán de infantería llamado Juan Ferruz, enviado por el Conde de Oropesa, al servicio del Emperador Carlos I y en contra de las tropas francesas de Francisco I, en la defensa de Fuenterrabía, ciudad tomada por los franceses en el año 1521. Dos años llevaba la ciudad tomada, España tiene una herida, Pamplona ha caído y en sus murallas se vertió la sangre de un capitán insigne: el que sería después San Ignacio de Loyola.
Estando en este lugar, un día les faltó provisión y fue enviado a buscar de comer a unos cortijos cercanos. Montó una yegua que habían tomado de los franceses y después de trotar en ella varios kilómetros en busca del alimento, la yegua reconoció el camino por donde solía andar cuando era de sus amos y arremetió furiosa, movida por la querencia y, como sólo llevaba un cabestro por freno, no la pudo detener, tirando al jinete contra unas piedras de la serranía, donde estuvo inconsciente durante varias horas, sangrando por la nariz y la boca, sin poder tener socorro de nadie por lo apartado del sitio.
Vuelto en sí aturdido por la caída y viendo que corría otros peligros por el lugar en el que se encontraba, se levantó como pudo y puesto de rodillas, pidió el auxilio divino, invocando a la Virgen María, para no ser presa de sus enemigos. Se levantó y tomando un palo en las manos, a modo de apoyo, se fue hacia donde estaban sus compañeros que creyeron había caído en manos de sus enemigos. Él les contó lo sucedido y ellos le ayudaron, recuperándose a los pocos días.
No muchos días más tarde, su capitán le dio a guardar cierta ropa, botín de guerra, tomada a los soldados franceses, se descuidó y no poniendo mucha atención sobre ella, se la robaron y se enojó tanto el capitán, que sin escuchar las explicaciones que le daban los otros soldados, le mandó ahorcar, pero cuando se disponían a ejecutar la sentencia, pasó por allí una persona, parece que alguien relacionado con la poderosa mano del tercer Duque de Alba, que interesándose por la causa de Juan, intercedió en su favor, conmutándole la pena por el despido del campo de batalla.
Viendo Juan el peligro en el que se encontraba su vida, determinó volverse a Oropesa y reanudar la vida de pastor. Era la primavera del año 1524. Tenía Juan Ciudad 28 años, más cargados de una pobre experiencia de ocios y fracasos que de ciencia y de virtud. Hasta el año 1532 estuvo al servicio de su antiguo amo que lo quería como a un hijo.
En Europa se suceden acontecimientos de signo universal. Por el Norte se extiende la doctrina protestante y por el Este el Imperio Otomano. Llama a las puertas de Viena, el emperador Carlos V y tiene que acudir a taponar las brechas que se están abriendo en el viejo continente.
Enterado Juan, por el Conde de Oropesa, de esta nueva contienda que el Emperador preparaba, esta vez en Viena, para resistir la entrada de los turcos, se fue con el Conde a su servicio, haciéndolo bien esta vez, sacándose la espina de la anterior batalla y siendo querido por todos.
Nada ha dejado suelto el Emperador a la improvisación. Solimán sabe lo que esto significa y sabe que si es terrible el fanatismo de su religión, puede ser más fuerte el empuje de una fe que está inspirada en las cruzadas medievales. El ejército de los turcos recibe la orden de retirada y desanda los caminos hasta detenerse en Belgrado. El triunfo de la Cruz de Cristo es incruento pero colosal contra la media luna islámica.
La historia no suele hablar de esta jornada, porque no hubo batalla ni sangre, pero la verdad es que el Emperador entra en Viena el 24 de septiembre de 1532, revista a sus tropas y lleno de júbilo atisba el triunfo de la cristiandad que coloca a los turcos fuera de los linderos de Europa.
Cuando los turcos dejaron de ser amenaza, se retiró con el Conde, por mar, a España, a mediados del año 1533, desembarcando en el puerto de la Coruña.