CAPITULO XXVI
DAR AQUÍ O DAR ALLÁ, TODO ES DAR (1547-1548)
Las limosnas de Granada escasean, ha sableado y estrujado a todas las familias pudientes. Es necesario salir de la ciudad en busca de otra gente generosa que le ayude en su ingente obra de caridad. El hospital come mucho y, aunque Jesucristo lo prevea todo, es necesario poner los medios para no ponerlo en un aprieto. Como dice Castro: por dejarlos descansar algunos días.
Juan de Dios emprende su viaje, dejando en el Hospital al hermano Antón Martín, se dirige a tierras de Andalucía donde se encuentra con la Duquesa de Sesa, Doña María de los Cobos Mendoza, esposa de don Gonzalo Fernández de Córdoba, la duquesita, como la llamaría Juan de Dios, destinataria de alguna de sus cartas y bienhechora como la que más en secundar económicamente la Obra de Juan de Dios, confidente de sus trabajos y sus penas. Y su esposo Gonzalo, posible discípulo de Juan de Ávila, el que más socorrió sus necesidades pues desde joven tuvo cuenta con sus pobres y Hospital y le desempeñó muchas veces de todo lo que debía en Granada; y además de esto le mandaba dar todas las pascuas del año zapatos y camisas para vestir y calzar a los pobres.
Buscaba el socorro para su hospital allí donde lo hubiese y a cambio prometía la eterna bienaventuranza y el consuelo de los trabajos de esta vida.
Pero el hospital es grande, los pobres muchos y la limosna mengua, había sableado ya con creces a todas las personas adineradas de la ciudad y no bastando, decidió partir para la Corte y pedir socorro al Rey y a los señores de la Corte, dejando en el Hospital a su buen colaborador y amigo Antón Martín.
Unos seiscientos kilómetros a pie, con una sola preocupación, las deudas de Granada. En el proceso de beatificación, dos testigos, Pedro y Jerónimo Hernández, nos hablan de verlo andando por las calles pidiendo limosna y según Juan Prado, que andaba con un hábito como pardo, no pierde el tiempo, necesita dinero, “son muchos los pobres que llegan a esta casa de Dios”
Llega a Valladolid y el Conde de Tendilla va a ser su padrino para obtener sus logros. La presentación ante el Príncipe, austera, un pobre que pide para los pobres, la idea de Juan de Dios: allanar distancias entre ricos y pobres, todos son iguales a los ojos de Dios y así lo va a decir ante el Príncipe.
“Señor, yo acostumbro a llamar a todos hermanos en Jesucristo; vos sois mi Rey y mi señor y tengo que obedeceros. ¿Cómo mandáis que os llame? A lo que respondió el Rey: llámame Juan como queráis. Y como entonces no era Rey sino Príncipe, Juan de Dios dijo: pues yo os llamo buen Príncipe; buen principio os dé Dios en reinar y buena mano derecha en gobernar y después buen fin para que os salvéis y ganéis el cielo”
El Príncipe debió quedarse pasmado, por la falta de costumbre de que le hablaran así, de manera que Juan de Dios continuó su conversación llamándole hermano.
Le dio el Príncipe limosnas y mandó que se las dieran sus hermanas las Infantas, a las que Juan de Dios se encargó de visitar por su cuenta todos los días que estuvo en Valladolid, para sacarles todo lo que pudiese en joyas y limosnas para su hospital de Granada. Pero como Juan de Dios era un manirroto, las limosnas las repartía entre los pobres de Valladolid, ya que no negaba nada a nadie que se lo pidiese por amor de Nuestro Señor Jesucristo.
Entre las Damas que mejor acogieron al Bendito Juan de Dios se encontraba Doña María de Mendoza, esposa del Comendador Mayor, Don Francisco de los Cobos, que le dio hospedaje y comida en su propia casa, todo el tiempo que el Santo estuvo en Valladolid, además de grandes limosnas para que repartiera entre los pobres vergonzantes y él lo repartía todo tan bien que ya tenía tantas casas de mujeres y de hombres pobres que visitar y dar de comer, como en Granada.
Algunas personas que le veían distribuir y dar limosnas en Valladolid, le decían: Hermano Juan de Dios, ¿por qué no guardáis el dinero y lo lleváis a vuestros pobres de Granada? A lo que él respondía:
“Hermano, darlo aquí o darlo en Granada todo es hacer bien por Dios que está en todo lugar”
Pasados los nueve meses que estuvo en la corte vallisoletana, se volvió a Granada, con las cédulas o pagarés de limosnas que le habían dado Doña María de Mendoza, el Marqués de Mondéjar y otros señores, para que pagase lo que debía en Granada y atendiese a los pobres de allí, ya que no se atrevieron a dárselo en metálico, seguros de que lo repartiría por el camino y llegaría a Granada con las manos tan vacías como partió.
El camino de regreso fue duro, descalzo, con los pies llenos de grietas y abiertos por muchas partes, su cuerpo escocido, por ser el vestido áspero y grueso y pegado al cuerpo, sin camisa y la cabeza descubierta; cuando llegó tenía quitada la piel de la cara, cuello y cabeza, pero suspirando por ver a sus pobres y remediar sus trabajos.
Fue muy grande la alegría de todos al verlo llegar a Granada, principalmente la de sus pobres, que le estaban esperando y deseando verle, y especialmente los pobres vergonzantes y las mujeres que él había casado, porque no tenían otro padre que los socorriese.
Pagadas parte de las deudas que debía y remediadas las necesidades principales, inmediatamente se embargó en nuevas deudas y quedó debiendo mas de cuatrocientos ducados.
Su corazón no le permitía ver sufrir a un pobre y no darle remedio. Por esta causa padecía mucho, ya que no podía ver necesidad, que no intentara remediar.
El corazón de Juan de Dios, a imagen del de su Señor, por el cual lo hacía todo, estaba hecho para dar.