¿TIENE SENTIDO SUFRIR?

Para hablar de sufrimiento, es necesario comprender, en primer lugar que no es Dios el que lo produce como he podido escuchar a mucha gente que piensa en este sentido, como si Dios fuese el “gran Microbio del cielo”, que se dedicara a mandar sufrimientos y enfermedades indiscriminadamente. Conviene liberar a Dios de nuestros malos entendidos para poder dar soluciones coherentes.

Ante todo, parece útil distinguir el mal físico y el mal moral. El primero lo produce la naturaleza va desde los cataclismos hasta las enfermedades y la muerte y el segundo es aquel que los hombres provocamos con nuestra conducta: guerras, opresión, etc. El mal físico es una consecuencia de la finitud de la naturaleza y por tanto del hecho de ser mortales. El mal moral es una consecuencia del abuso de la libertad, y si abrimos los ojos nos daremos cuenta que la mayor parte de los males que detectamos son fruto de nuestras crueldades con los otros hombres y con nuestro entorno natural

Homero, en La Odisea, hace decir a Zeus: «Los mortales se atreven, ¡ay!, siempre a culpar a los dioses porque dicen que todos sus males nosotros les damos; y son ellos los que, con sus locuras, se atraen infortunios que el Destino jamás decretó».

Así pues podemos decir que los sufrimientos vienen o de la condición finita o del mal uso de la libertad por tanto, Dios no quiere el mal aunque lo permite como una consecuencia inevitable de la creación. La prueba evidente es que Dios se hizo hombre y se preocupó sobretodo del sufrimiento que daña, humilla y ofende a los seres humanos; una de sus actividades más frecuentes eran las curaciones para evitar el mal de este mundo, curaciones que tenían la misión de enseñarnos a tener entrañas de misericordia para evitar el mal a fuerza de bien. No por esto podemos decir que Dios podría recurrir habitualmente al Milagro para quitar el sufrimiento físico o moral del mundo, porque eso sería simplemente incompatible con la libertad humana y con la propia dignidad de ser hombres.

Tal vez la manera que tiene Dios de quitar el sufrimiento del mundo, puesto que le importamos, y mucho, ha sido de dotarnos de inteligencia, para que a través de la ciencia poco a poco podamos ir venciendo los males físicos y nos ha enviado a Jesús para que aprendamos de él como vencer el mal moral.

Cuando Jesús dice a algunas personas: “no peques mas” hay que tener en cuenta que son personas que se ven en situaciones de enorme sufrimiento: al paralítico de la piscina (Jn 5,14), a la adúltera que iba a ser lapidada (Jn 8,11). Y seguramente lo que Jesús quería decir a estas personas era “no os volváis a poner en situaciones de tanto peligro o sufrimiento”.

Al perdonarles los pecados Jesús devuelve a tales personas, sobretodo su dignidad, el respeto que merecían ante los demás y ante su propia conciencia. Con esto demostraba Jesús la misericordia divina, enseñándonos a luchar contra el sufrimiento y por tanto a paliarlo realmente, el nuestro propio y el de los demás. Es decir que Dios lucha contra el mal a través de nosotros.

Claro que es necesaria la fe. ¿cómo no iba a ser así? solo el que cree puede trascender el sufrimiento, asociándolo a Cristo y con esto no quiero decir que sea bueno el sufrir para asociarlo a la pasión redentora de Cristo, puesto que la redención de Cristo es una obra completa, sino mirarlo desde la óptica de Jesús y está claro que para Jesús lo primero fue devolver la felicidad y la alegría a los que sufren, todo lo demás, la religión, el sábado, pasar como un buen cumplidor o como un endemoniado, a juicio de Jesús pasa a segundo término si se compara con lo realmente importante para Él: hacer lo posible para que la gente sufra menos de lo que sufre.

La gente no soporta ya el desagradable sermón de algunas exhortaciones clericales, que imponen privaciones y sufrimientos, añadiendo incluso (en algún que otro caso) que esas mortificaciones y sufrimientos son un bien, del que tendríamos que sentirnos orgullosos.

Los predicadores que andan todavía diciéndole a la gente que es necesario sufrir, para conquistar los goces celestiales, además de enseñar una teología que es falsa, son en realidad un peligro público.

Creer en Jesús, para hacer las obras a su manera, esto es trascender el sufrimiento y asociarlo a Cristo.

En este mundo, por mucha inteligencia y mucho amor que derrochemos, el sufrimiento sólo podrá ser parcialmente eliminado. Incluso en la mejor de las sociedades que pudiéramos imaginar quedará siempre ese «último enemigo» que es la muerte (1 Cor 15, 26). Y, además, el menor sufrimiento de las generaciones futuras no resolvería las miserias de las generaciones anteriores.

Aunque sólo fuera considerando los sufrimientos que ya han tenido lugar descubriríamos que el mal no puede tener solución satisfactoria vistas las cosas desde la humanidad y sus aspiraciones más ambiciosas. Pero es que, como alguien ha dicho, la humanidad sin Cristo tiene tan poco sentido como una frase sin verbo (sin el Verbo).

Si intentamos ahora ver las cosas desde la mañana de Pascua adquieren otra perspectiva. Cuando Dios Padre resucitó a Jesús de entre los muertos le hizo justicia. Y aquí necesitamos recordar todas las afirmaciones paulinas sobre la incorporación de los cristianos a Cristo: Los cristianos con-sufren y con-mueren y con-resucitan; es decir, sufren, mueren y resucitan con Cristo.

Esa fuerza liberadora que la muerte y resurrección de Cristo ejercen sobre lo más oscuro de los sufrimientos de la humanidad es la que permite a los creyentes rezar aquel embolismo de la antigua misa latina que parafraseaba así la última petición del Padrenuestro: «Líbranos, Señor, de todos los males, pasados, presentes y futuros… »; ser capaces de entender a Cristo en su Misión sobre esta tierra y llevarla a la practica en nuestras vidas, es la única manera de librarnos y de librar del sufrimiento y de los males a este mundo.

Fray Juan José Hernández Torres O.H.