la Eucaristía, Signo Teológico de la entrega a los demás

El evangelista San Juan es el único que no narra la institución de la Eucaristía, colocando en su lugar el conocido episodio del lavatorio de los pies. ¿Porqué?

Juan parece intuir el drama de una comunidad que se queda con el rito desprovisto de sentido. ¡Cuantas misas celebramos durante nuestra vida…! Mas ¿qué cambio se produce en la comunidad?

La Eucaristía, según Juan no termina en el templo. Allí comienza, y desde allí se prolonga en la jornada diaria en la que cada cristiano debe interpretar su papel como un servicio a los hermanos.

Pedro se opone a ser lavado por Jesús, porque Pedro -es decir la iglesia- se resiste a lavar los pies a sus hermanos; se opone al camino de la cruz y solo piensa en el poder, en el “status”, en la cómoda posición.

Jesús en cambio, quiere una iglesia ,un grupo cristiano, como algo simple, humilde, sin nada para sí misma -el esclavo nada posee-, solícita por los demás, solo preocupada de los otros, sin nada que suene a miedo, a imposiciones, a autoritarismos.

Y la comunidad que se resiste como Pedro. Que quiere ser mas que el maestro y el Señor, que necesite del lujo, de la riqueza, de tratamientos preferenciales; que distingue entre el rico y el pobre que teme ensuciarse con el pueblo, que calla ante las injusticias, que se esconde cuando otros se la juegan. Una comunidad que no “comprende” el gesto de Jesús, aunque lo repite infinitas veces casi como una rutina.

Más la respuesta de Jesús es tajante: “no tienes nada que ver conmigo.” Podremos fabricar apariencias de iglesia, apariencia de cristianos, sacerdotes o pastores; pero el camino está trazado con rumbo claro: “como yo hice con vosotros, así vosotros debéis hacer”.

Jesús nos exige una reforma interior y urgente. Reformarse es adquirir de nuevo la forma que se tuvo al comienzo. Jesús le dio una forma interna a su comunidad, la forma servidora de la humanidad, despojada de las riquezas y de sus apariencias, de todo modo altanero de pensar y actuar; capaz de vivir en un trato sencillo , sereno, libre; mas preocupada de los problemas de la gente que por sus cuestiones internas; de rodillas ante el necesitado, el angustiado, el indefenso, el oprimido.

Paradoja de la libertad cristiana: al despojarnos totalmente de nosotros mismos para transformarnos en sirvientes de la familia humana, adquirimos la libertad que da el amor; libertad para dar, para hacer creer, para construir.

De pronto descubrimos que comulgar no es el gesto de niños inocentes e ingenuos o de personas que se refugian en el templo para cubrir su soledad afectiva; es el gesto de hombres valientes, arriesgados, heroicos, que se la juegan día a día para levantar la comunidad caída.

Celebrar la Eucaristía le costó a Jesús la vida, y a los apóstoles la persecución y el oprobio. ¡ eran temibles aquellos hombres que comían juntos al Cristo esclavo de los hombres.!

Con razón los judíos calificaron de “duro” el lenguaje de Jesús cuando les hablo de comer su cuerpo. Y ahora lo comprendemos mejor: se nos pide arrodillarnos ante el hermano, para compartir una necesidad que nos repugna, en un gesto que nada nos reporta, quizás ni siquiera el “gracias”.

San Pablo nos advierte acerca de otra dimensión insólita dimensión de la Eucaristía: es alianza en sangre.

Al comulgar nos transformamos en aliados de Dios, del Dios que libera a su pueblo como lo hizo en Egipto…

La eucaristía no es por tanto el rito individualista al que estamos acostumbrados, no es comulgar “para mi”; es un gesto de alcances históricos, que rebasa ampliamente los límites del templo y los de la propia comunidad. La primera pascua urgió a todo un pueblo a romper sus cadenas, a lanzarse al desierto para conquistar su libertad perdida y entrar así, como pueblo nuevo, en la tierra prometida.

¿Que alcances históricos tienen hoy nuestras eucaristías?

En la última cena, Jesús tuvo presente al mundo, el de su época y el de todos los tiempos. Y por todo ese mundo dió su vida, en un gesto libre aunque doloroso, transformando su corazón,-como recuerda San Juan- en una fuente en la que mana la sangre de la vida y el agua del nuevo espíritu. Por eso el mismo Jesús nos pide celebrar la eucaristía “ hasta que él vuelva”, es decir hasta que la pascua sea una realidad universal.

Es la alianza anunciada por los profetas: “Yo pactaré otra alianza con el pueblo. Pondré mi Ley en su interior, la escribiré en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y les daré un solo corazón y una sola manera de vivir.”

Jesús en su última cena se compromete con esa alianza, y su sangre es garantía de la fidelidad de su amor. Alianza sin firma ni papeles ni palabras mentirosas.

Y ,al comulgar hoy, seguimos rubricando ese pacto de amigos de comprometer nuestras vidas por la liberación del pueblo. ¡que lejos estamos ya del romanticismo inocuo de tantas misas! La eucaristía nació cuando Jesús “antes de la pascua, sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo…”. fue aquel un momento dramático, cuando el pueblo soñaba con su libertad, cuando los enemigos maquinaban en las tinieblas. Fue un acto tenso, pleno de sentimientos, en el que el amor intentó adquirir su máxima dimensión. Fue el juramento de quienes comían “con prisa, porque era la pascua, el paso del Señor.

Quizá no exista en el cristianismo un gesto tan maltrecho y rutinario como la Misa. Todos creemos que ya sabemos bastante sobre ella desde que hicimos la “primera comunión”, semi ahogados en los trajes almidonados de una fiesta casi pagana. ¿que puede decirme a mi la misa, cuando estoy preocupado por mi familia, mis negocios, los problemas del país? Dejémosla para los niños y los moribundos…

Es triste que a esto hayamos reducido lo que Jesús consideró el gesto mas comprometido y revolucionario de todo su mensaje, al que invitó a hombres sumamente politizados y preocupados por el destino de su pueblo sojuzgado una vez más.

Y aquellos hombres todos ellos trabajadores de diferentes profesiones supieron finalmente comprender que la Eucaristía no era mas que el rito simbólico de una realidad nueva que ya estaba en marcha: la comunidad universal de los hombres de todas las razas sentados a la misma mesa de la libertad, tratados con el mismo respeto y dignidad, conscientes todos de un compromiso histórico irrenunciable.