Texto Íntegro de las Homilías de la Novena a San Juan de Dios

Novena a San Juan de Dios 2009Novena a San Juan de Dios. Valores que deben permanecer.
Año 2009
Durante la novena a San Juan de Dios reflexionaremos, sobre los valores que deben permanecer hoy pertenecientes a la vida del Santo

DIA PRIMERO
Punto de Partida: el hombre, Valor único y primordial

LA CONVERSIÓN DE SAN JUAN DE DIOS (1539)

Toda conversión ha de hacer referencia, como en la persona de Jesús, a “ayuda para otros”, pasando por el propio sacrificio y la entrega voluntaria. Es considerada como el cambio radical en la propia forma de pensar, basada en el poder, tener y placer, hacia otra forma de vida, más complicada y estrecha, en la mayoría de los casos incomprensible incluso para el que la vive, pero liberadora, gozosa y gratificante para los otros.

Bajar, rebajarse de las propias estructuras personales, es lo que a Juan Ciudad le está haciendo conmocionarse, se decide y lo hace de una forma externa, como para comprometerse ante los demás y que las palabras de Juan de Ávila y sus buenos deseos no queden en el aire. Misericordia, grita mientras se despoja de sus vestidos, se arroja al barro de las calles y regala o destroza su herencia: los libros.

Cristo, el que existía en la forma de Dios, no tomó como botín codiciable ser igual a Dios sino que se hizo nada y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. (Filp.2.)

Desde esta experiencia, él hace por Jesucristo, que es fiel y durable, una opción preferencial por los más pobres de la sociedad. En esto consiste su conversión, su cambio de mentalidad, en una realidad para el cambio social, expresado en su manera de vivir.

Juan de Dios, haciendo el bien y ofreciéndose a sí mismo en sus hermanos y prójimos, aclara en qué consiste esta perfecta alianza de Dios con el hombre, cuál es la ley suprema de la misma y cuál es su culto; según dice la carta a los hebreos.

La fuerza y la sabiduría de Dios establecen una alianza con los hombres que no podrá ser comprendida por quienes rehuyen del propio sacrificio o sólo buscan un culto exterior. La alianza fue proclamada a los pobres y a los humildes; tampoco fueron los doctos los que abrazaron la fe y los que cimentaron la historia del cristianismo.

Consecuencias de la conversión: Valores hacia el Hombre.

El Sufrimiento en Juan de Dios.
El colocar a Dios como único centro natural y sobrenatural de la propia vida, es un arrojo en el abismo de la transcendencia. La Pasión, por tanto, juega un papel crucial y único en la vida de Juan de Dios y de su instituto que muestra cotidianamente la gratuidad de Dios, a través de las obras de misericordia.

En la Pasión descubrimos el sentido salvífico del dolor: en ella recibimos fuerza y consuelo en las pruebas y debilidades; con ella, en fin, aprendemos el modo de presentar al Señor ante los que sufren, como signo de esperanza y de vida.

Sólo desde este sentido de Pasión por el hombre, podemos comprender el interés de Juan de Dios para que el hombre salga de su situación de marginación, para ayudarlo a salir de la podredumbre en la que esté sumergido.

Desde esta experiencia que tiene de la pasión como acto liberador y remedio de los males, quiere que también se aprovechen de ella sus hermanos y prójimos, comunica su experiencia de la pasión de Cristo y así tomó como devoción, ir los viernes a las casas de las mujeres públicas, para intentar sacarlas de la marginación en la que estaban metidas “para sacarlas de la uña del demonio“ como dice Castro.

Entraba en la casa y le ofrecía lo que le diese cualquier otro hombre, con tal de que lo escuchara, la mandaba sentar y él poniéndose de rodillas, sacaba el crucifijo y comenzaba por acusarse de sus pecados pidiendo perdón al Señor por ellos. Era la manera que tenía para llamar la atención de aquella mujer, una forma inteligente, morbosa si se quiere, pero eficaz porque a todo el mundo le gusta escuchar los chismes y pecados de los demás. Una vez que tenía su atención, le contaba la pasión del Señor con todo el ímpetu y fervor que podía y sabía.

Podemos imaginar la densidad de la escena en semejante marco, sus palabras de santidad en aquel antro del vicio:

“Mira, hermana mía, cuánto le costaste a nuestro Señor, y mira lo que padeció por tí; no quieras ser tú causa de tu propia perdición; mira que tiene premio eterno para los buenos, y castigo eterno para los que viven en pecado, como tú.”

También podemos imaginar los resultados, aunque no es necesario, pues su primer biógrafo nos lo cuenta:

“Aunque algunas empedernidas en sus vicios no hacían caso de él”

Muy prudente y escueto al calificar la ira, el despecho y toda suerte de insultos que tendría que soportar, sobre todo cuando conseguía que alguna le hiciese caso y las otras lo deshonraban e injuriaban diciendo infamias sobre él, a mala intención, pero él lo sufría todo con paciencia, no devolviendo palabra y si alguien salía en su defensa, reprendiéndolas, él respondía:

“Dejadlas, no le digáis nada, no me quitéis mi corona, que éstas me conocen y saben quién soy, y me tratan como merezco.”

Pero no todo eran fracasos, algunas se arrepentían de su forma de vida, pero las cosas no son tan sencillas como parecen, muchas de estas mujeres, la mayoría, estaban empeñadas, endeudadas y no podían salir, así por las buenas, de la situación en la que se encontraban. Precisamente esa era la causa por la que se hallaban en la prostitución, la escasez de recursos, la pobreza. Cuando Juan se aseguraba de tenerla consigo, arrepentida de su forma de vida,
iba a casa de algunas señoras principales que conocía en la ciudad y que sabía que le socorrerían en semejantes causas y le pedía por amor de Dios que le ayudase. Eran pocas las veces que salía sin remedio, pero cuando no podían darle, por ser muchas las veces que les pedía, se empeñaba él mismo para poder llevarle el dinero necesario y poder socorrer a la necesitada.

Después, se la llevaba consigo al hospital y la metía en la enfermería donde se curaban otras mujeres de los mismos males, para que les sirviese de ejemplo y viesen las situaciones en las que se encontraban las enfermas de enfermedades contagiosas, propias de la casa pública, y así poco a poco él iba descubriendo cual era la intención de cada una para su posterior reinserción en la sociedad y a unas que querían hacer penitencia, las mandaba al monasterio de las recogidas, dándoles lo necesario para vivir allí y a otras les buscaba dotes y marido y las casaba.

Realmente, obtuvo buenos frutos, tanto es así que, con las limosnas que trajo de Valladolid, casó de una vez a dieciséis que perseveraron en su matrimonio, porque algunas de ellas dieron testimonio ya viudas de la buena vida que les había proporcionado el bendito Juan de Dios viviendo decentemente.

Esta era la pasión de Juan de Dios por la pasión de Jesucristo, hacer que el hombre comprendiera todo el amor que Dios le tenía, que experimentara los frutos del amor de la bendita pasión y para ello ponía en juego toda su persona y todo su ingenio, sin temor a las burlas y chanzas que por ello suscitaba, metiéndose en los berenjenales en los que se metía.

DIA SEGUNDO
La Limosna, caridad para el Hombre y del Hombre
El secreto de la limosna: “Recibir es dar”. Este es el secreto de Juan de Dios, y su nueva y peculiar forma de pedir. Él piensa que el que da la limosna se hace más bien a sí mismo, que el bien que puede hacer a quien la recibe. Juan de Dios pide para dar la oportunidad a los que tienen de hacerse bien a sí mismos.

Salía por las calles con una “capacha” o espuerta al hombro y dos ollas en las manos, colgadas de unos cordeles e iba diciendo a voces: ¡quién se hace bien para sí mismo! ¿Hacéis bien por amor de Dios, hermanos míos en Jesucristo?. Y como salía de noche y con frío y lloviendo, a la hora en que las gentes estaban recogidas en sus casas, salían maravillados por la nueva forma de pedir a las puertas y ventanas al oír la voz lastimera, que parecía que atravesaba con ella las entrañas a todos. Y al verle delgado y austero, cada uno le daba lo que podía.

Cuenta Francisca, una testigo, que:

Iba descalzo los pies y las piernas de la rodilla abajo y que nunca se calzaba por frío que hiciese; y que por las grietas que tenía en los pies, se podía entrar muy bien un dedo; y la cabeza y barba rapada y descubierta siempre; vestido de jerga basta, con un capotillo y con una capacha grande de esparto en que echaba la limosna; y una olla atada a un cordel para echar la vianda; iba por las calles, especialmente de noche, diciendo a voces que atemorizaban: ¡Hermanos, quién se hace bien para sí mismo!

Recibía dinero, pedazos de pan, panes enteros, otros le daban lo que le sobraba de sus mesas de carne y otras cosas y él lo echaba en la olla que traía.

La testigo 54 de la causa del Santo, una tal Lucía, nos cuenta así:

Esta testigo vio más de seiscientas veces pedir limosna al bendito Padre Juan de Dios por las calles de esta ciudad, las más veces de noche, después de la oración; y en la oración y más tarde; y otras veces de día, descalzos los pies y piernas, vestido con un capotillo de jerga y la cabeza y la barba rapada a navaja y descubierta a las inclemencias del tiempo; con una capacha de esparto, donde echaba el pan, a las espaldas; y una olla o dos, atadas a un cordel, en la mano; diciendo a voces altas: “¡Hermanos, haced bien para vosotros mismos!”; y allegaba mucha limosna.

Pero, tan interesante como la forma de pedir es la manera de dar. Al que recibe, le advierte: que es de parte del mismo Dios de quien le llega, que su intervención es la de mero e indigno instrumento humano del que ese mismo Dios se sirve para hacérselo llegar; recordándole se lo agradezca orando por su hermano, que supo desprenderse compartiendo lo que también él mismo había recibido de Dios.

Llegaba al hospital, calentaba lo que traía y lo repartía entre todos.

Pero no se limitaba a dar en el hospital, daba siempre y a cualquiera que le pidiera. Y al dar cuanto tiene, recibe todo lo que necesita.
Cuando alguien le preguntaba que cómo lo daba todo, él respondía sencillamente que:

“Por Dios lo pido y por Dios se lo doy, sea Dios bendito por todo.”
Cuenta Luisa, otra testigo, nieta del boticario de la plaza de Bibrambla que:

Llevando uno a hombros, los pies del pobre a un lado y la cabeza al otro lado y con ambas manos asidos los pies y la cabeza, y todo el cuerpo cargado sobre los hombros, en vez de asomarse a la botica, para pedir la limosna, fue por la puerta de atrás y viéndolo el boticario, lo invitó a comer, pues era la hora y estaba la mesa puesta. Juan de Dios se excusó por su carga, pero al fin puso al enfermo en el zaguán y las mujeres de la casa trajeron comida para el enfermo. El Bendito Juan de Dios le dio de comer, besó la mano al pobre y luego subió a comer con el boticario. Cuando Antón, que así se llamaba, le vio sentado a su mesa, dijo: “que estimaba más tener al bendito padre por huésped que al mismo Rey”.

Antón le regaló una camisa buena, para que se la pusiera y no anduviese sin ella y Juan la aceptó. Cogió al pobre cargándolo sobre sus hombros, pero antes besándole nuevamente la mano, se despidió. La nieta siguió al bendito padre y vio cómo le puso la camisa al pobre.

Otra testigo, una tal Francisca Venegas nos cuenta:

“El bendito Juan venía a cuestas con un pobre enfermo, que traía encima de los hombros; y lo puso junto a la fuente de la plaza, que era verano; y llegó a la ropería y le trajo una ropilla, calzones y camisa; y vuelto donde estaba, le quitó un hargatillo que tenía hecho mil pedazos, negro como la tizne, y lo mojó en el pilar; y le lavó el cuerpo, y le puso una camisa y los calzones negros y un sayo; y lo volvió a coger en hombros, y dio con él en su hospital.”
Granada, viendo su perseverancia en el bien obrar y que no solamente albergaba peregrinos y desamparados como al principio, sino que tenía camas para curar a los enfermos y, lo bien que lo hacía con ellos, comenzó a fiarse de él y a darle cualquier cosa que pidiera, tanto en dinero como en especie: mantas, sábanas, colchones, ropas de vestir y todo tipo de cosas necesarias.

Además él andaba enjuto, sin querer ni necesitar nada. Algunos de los que le daban limosnas le espiaban para cerciorarse de su integridad de vida y así nos cuenta un clérigo, un tal D. Ambrosio Maldonado:

“Comía de lo que les sobraba a los pobres. Y si algún regalo le daban, lo echaba en la capacha que traía y decía: “esto es mejor para los pobres” y así se lo traía y volvía a pedir más. Y dormía poco y sobre una tabla y una piedra a la cabecera. Y su ejercicio era siempre caridad y dar consuelo y limosna”.

Era tanta y tan grande la caridad que tenía Juan de Dios que a muchos les parecía imposible que pudiera ser cierta, pues no negaba nada que le pidieran.

Muchas veces cuando no tenía otra cosa que dar, se quedaba desnudo por dar la pobre ropa que llevaba puesta siendo piadosísimo para con todos y riguroso para consigo mismo, movido por el convencimiento de que Dios había hecho mucho por él, le parecía poco todo cuanto hacía por los demás, de tal manera que siempre se hallaba en deuda de dar más.

Todo el día se ocupaba en obras de caridad y por la noche, cuando llegaba a casa, nunca se recogía sin antes visitar a los enfermos uno por uno, preguntándoles cómo les iba y cómo estaban y si necesitaban alguna cosa y los animaba en lo temporal y en lo espiritual.
Luego daba una vuelta por la casa y entregaba a los vergonzantes, que lo estaban esperando, lo que había recaudado para ellos, sin enviar a ninguno desconsolado.

Muchas veces, cuando ya no tenía nada que dar y se encontraba envuelto en una manta vieja, por haber dado ya su propio vestido, daba una carta para algún caballero o persona devota, para que socorriese aquella necesidad.

Porque para Juan de Dios, el dar era una necesidad inspirada en el amor de Dios que se entregó a sí mismo hasta dar la misma vida por los demás. Y él tenía ansias de parecerse en todo lo posible al que antes se había dado por él.

Estando en Granada el Marqués de Tarifa, D. Pedro Enriquez, disfrutando de la tarde granadina con sus amigos en una partida de cartas, llama a la puerta Juan de Dios para pedir limosna.

El criado abre sabiendo que su señor juega a las cartas y anuncia la visita y el motivo: Juan de Dios ha venido a pedir limosna. La situación es embarazosa, unos nobles se juegan el dinero y el limosnero viene a perdírselos; miradas, alguna frase molesta, tal vez despectiva para el que espera en el portal, pero como dice el Señor en el evangelio: ya sea por inoportuno o para que no moleste mas… los jugadores conocían a Juan de Dios, el marqués no. Cogieron de la mesa veinticinco ducados y los entregaron al criado para que los diera al limosnero que se despidió agradecido.

Continúa la partida y el marqués propone un nuevo juego burlesco para probar al limosnero.

Espera la hora de la noche, se disfraza de mendigo y sale a la búsqueda del que había recibido los ducados; se pone ante el y le dice: “Hermano Juan, yo soy un caballero principal, forastero y pobre; estoy aquí en pleito, y tengo mucha necesidad para poder mantener la honra; estoy informado de vuestra caridad, así que os ruego me socorráis, porque viéndome en esta situación no quiero cometer un desatino y ofender a Dios”.

El hermano Juan de Dios viendo las maneras de aquel hombre y lo que le había dicho, respondió: “ Doyme a Dios que os daré todo cuanto traigo”. Y echando mano a la bolsa le dio los veinticinco ducados que de él mismo había recibido antes.

Derrotado el marqués vuelve a casa y expone a sus compañeros de juego la partida ganada por Juan de Dios.
Todos celebraron la caridad del santo, que teniendo tantos pobres a los que asistir, hubiera sido tan pródigo con solo uno. Confiando enteramente en la providencia de Dios.

Al día siguiente, el marqués, mando a decir a Juan de Dios que no saliese, que tenía que ir a ver el hospital. Se presento y comenzó a burlarse de él: “¿que os pasó, hermano Juan, que me han dicho que os robaron anoche?” a lo que el bendito Juan de Dios respondió: “Doyme a Dios, que no me robaron”.

Cruzaron entre ellos palabras entre broma y risa, y el marqués terminó diciéndole: para que no podáis negar que os robaron anoche sabed que yo tengo los veinticinco ducados, pues me los hicieron llegar. Aquí los tenéis, son vuestros, y tomad estos ciento cincuenta escudos de oro, que os doy yo de limosnas, y mirad otro día como andáis.

Mando que le trajeran ciento cincuenta panes cuatro carneros y ocho gallinas, ración que le dieron a Juan de Dios mientras el marqués estuvo en Granada.

Se fue el marqués del hospital muy conmovido por la cantidad de pobres y enfermos de todas clases que había en el hospital y de la caridad y esmero con que allí los trataban.

DIA TERCERO

Igualdad entre los hombres
Todos los Hombres Son Iguales

El bendito Juan de Dios había comenzado su labor, conoce perfectamente el suburbio granadino y a los pobres que yacen en el, les procura consuelo, pero no sabe donde puede empezar a alojarlos, el frío del invierno granadino les provocara la muerte si no les encuentra un lugar para darle cobijo, pero ¿dónde?.
No sabemos como Juan de Dios tuvo acceso al Señor Venegas, tal vez en sus correrías nocturnas pidiendo limosnas, puede ser que le llamara la atención el blasón que campea sobre el dintel de la puerta: Una espada sobre un corazón, con la inscripción el corazón mande. Le inspirara que el corazón manda hacer caridad, lo cierto es que consiguió permiso del señor de la casa, para llevar algún que otro pobre al zaguán de la casa y poco a poco, hoy uno mañana tres, convirtió aquel zaguán en un pequeño hospital.
La casa de los Venegas, hoy llamada de los Tiros, se hallaba llena de pobres, de tal manera que su dueño alguna vez no pudo apearse del caballo en el que venia montado. Y parándose con ellos mando a los criados que los echasen del portal y que al bendito Juan de Dios lo echasen también. Y salió del patio Juan de Dios que estaba acomodando a otros pobres en él y le demando por las razones y doctrinas tan santas que con estar colérico le obligo a pedirle al bendito Juan de Dios perdón y le abrazó, mando que le diesen una casa accesoria que tenía para que recogiera a los pobres.
DAR AQUÍ O DAR ALLÁ, TODO ES DAR (1547-1548)
Las limosnas de Granada escasean, ha sableado y estrujado a todas las familias pudientes. Es necesario salir de la ciudad en busca de otra gente generosa que le ayude en su ingente obra de caridad. El hospital come mucho y, aunque Jesucristo lo prevea todo, es necesario poner los medios para no ponerlo en un aprieto. Como dice Castro: por dejarlos descansar algunos días.
Juan de Dios emprende su viaje, dejando en el Hospital al hermano Antón Martín, se dirige a tierras de Andalucía donde se encuentra con la Duquesa de Sesa, Doña María de los Cobos Mendoza, esposa de don Gonzalo Fernández de Córdoba, la duquesita, como la llamaría Juan de Dios, destinataria de alguna de sus cartas y bienhechora como la que más en secundar económicamente la Obra de Juan de Dios, confidente de sus trabajos y sus penas. Y su esposo Gonzalo, posible discípulo de Juan de Ávila, el que más socorrió sus necesidades pues desde joven tuvo cuenta con sus pobres y Hospital y le desempeñó muchas veces de todo lo que debía en Granada; y además de esto le mandaba dar todas las pascuas del año zapatos y camisas para vestir y calzar a los pobres.
Buscaba el socorro para su hospital allí donde lo hubiese y a cambio prometía la eterna bienaventuranza y el consuelo de los trabajos de esta vida.
Pero el hospital es grande, los pobres muchos y la limosna mengua, había sableado ya con creces a todas las personas adineradas de la ciudad y no bastando, decidió partir para la Corte y pedir socorro al Rey y a los señores de la Corte, dejando en el Hospital a su buen colaborador y amigo Antón Martín.
Unos seiscientos kilómetros a pie, con una sola preocupación, las deudas de Granada. En el proceso de beatificación, dos testigos, Pedro y Jerónimo Hernández, nos hablan de verlo andando por las calles pidiendo limosna y según Juan Prado, que andaba con un hábito como pardo, no pierde el tiempo, necesita dinero, “son muchos los pobres que llegan a esta casa de Dios”

Llega a Valladolid y el Conde de Tendilla va a ser su padrino para obtener sus logros. La presentación ante el Príncipe, austera, un pobre que pide para los pobres, la idea de Juan de Dios: allanar distancias entre ricos y pobres, todos son iguales a los ojos de Dios y así lo va a decir ante el Príncipe.
“Señor, yo acostumbro a llamar a todos hermanos en Jesucristo; vos sois mi Rey y mi señor y tengo que obedeceros. ¿Cómo mandáis que os llame? A lo que respondió el Rey: llámame Juan como queráis. Y como entonces no era Rey sino Príncipe, Juan de Dios dijo: pues yo os llamo buen Príncipe; buen principio os dé Dios en reinar y buena mano derecha en gobernar y después buen fin para que os salvéis y ganéis el cielo”
El Príncipe debió quedarse pasmado, por la falta de costumbre de que le hablaran así, de manera que Juan de Dios continuó su conversación llamándole hermano.
Le dio el Príncipe limosnas y mandó que se las dieran sus hermanas las Infantas, a las que Juan de Dios se encargó de visitar por su cuenta todos los días que estuvo en Valladolid, para sacarles todo lo que pudiese en joyas y limosnas para su hospital de Granada. Pero como Juan de Dios era un manirroto, las limosnas las repartía entre los pobres de Valladolid, ya que no negaba nada a nadie que se lo pidiese por amor de Nuestro Señor Jesucristo.
Entre las Damas que mejor acogieron al Bendito Juan de Dios se encontraba Doña María de Mendoza, esposa del Comendador Mayor, Don Francisco de los Cobos, que le dio hospedaje y comida en su propia casa, todo el tiempo que el Santo estuvo en Valladolid, además de grandes limosnas para que repartiera entre los pobres vergonzantes y él lo repartía todo tan bien que ya tenía tantas casas de mujeres y de hombres pobres que visitar y dar de comer, como en Granada.
Algunas personas que le veían distribuir y dar limosnas en Valladolid, le decían: Hermano Juan de Dios, ¿por qué no guardáis el dinero y lo lleváis a vuestros pobres de Granada? A lo que él respondía:
“Hermano, darlo aquí o darlo en Granada todo es hacer bien por Dios que está en todo lugar”
Pasados los nueve meses que estuvo en la corte vallisoletana, se volvió a Granada, con las cédulas o pagarés de limosnas que le habían dado Doña María de Mendoza, el Marqués de Mondéjar y otros señores, para que pagase lo que debía en Granada y atendiese a los pobres de allí, ya que no se atrevieron a dárselo en metálico, seguros de que lo repartiría por el camino y llegaría a Granada con las manos tan vacías como partió.
El camino de regreso fue duro, descalzo, con los pies llenos de grietas y abiertos por muchas partes, su cuerpo escocido, por ser el vestido áspero y grueso y pegado al cuerpo, sin camisa y la cabeza descubierta; cuando llegó tenía quitada la piel de la cara, cuello y cabeza, pero suspirando por ver a sus pobres y remediar sus trabajos.
Fue muy grande la alegría de todos al verlo llegar a Granada, principalmente la de sus pobres, que le estaban esperando y deseando verle, y especialmente los pobres vergonzantes y las mujeres que él había casado, porque no tenían otro padre que los socorriese.
Pagadas parte de las deudas que debía y remediadas las necesidades principales, inmediatamente se embargó en nuevas deudas y quedó debiendo mas de cuatrocientos ducados.
Su corazón no le permitía ver sufrir a un pobre y no darle remedio. Por esta causa padecía mucho, ya que no podía ver necesidad, que no intentara remediar.
El corazón de Juan de Dios, a imagen del de su Señor, por el cual lo hacía todo, estaba hecho para dar.

DIA CUARTO

El CARISMA DE LA MISERICORDIA

Y como cuando Dios quiere ayudar a sus hijos, siempre se vale de una persona que, sensibilizada ante la miseria de sus hermanos, intenta darles remedio, se sirvió de Juan para infundir en él el Carisma de la Misericordia y así buscar alivio y consuelo a todos aquellos desgraciados.

Surge así el Carisma de la Misericordia en una Iglesia necesitada de ejemplo y caridad, el Espíritu Santo suscita en Juan de Dios lo que la Iglesia del momento más necesitaba.

Juan anda de acá para allá haciendo lo que puede por los demás, no sólo vendiendo leña sino también pidiendo para que su socorro llegue a más. Él no sabe de teorías, es un hombre concreto, su imperativo es dar y para ello lo busca a su manera.

Granada era una ciudad de contrastes: algunos ricos, que vivían en buenos palacios y muchos pobres que eran ignorados por las minorías ricas. Esta es la realidad que el bendito Juan se encuentra y a la que ni puede ni quiere cerrar sus ojos. Por eso, la primera solución que pretende es la de servir de puente entre ricos y pobres, pedir a los ricos para dar a los pobres, Juan necesita dinero y los ricos lo tienen. Su primera misión es despabilar la conciencia dormida de estos acomodados de la sociedad y, además de su dinero, les pedirá su solidaridad y su sentimiento de igualdad para con sus hermanos los pobres que son tan hijos de Dios como ellos, y aún más, porque si el Evangelio es parcial con alguien, es a favor de los pobres. La obra iniciada por el bendito Juan de Dios tiene unos alcances de auténtica revolución social.

Juan de Dios es signo de que todo lo humano habla de lo divino siendo por tanto el anuncio de un “cielo nuevo y una tierra nueva”. Juan de Dios es ante Dios el signo del hombre nuevo y ante los hombres el signo de la presencia de la misericordia de Dios en este mundo.

“El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.” (Lc.4, 18.)

De la profunda experiencia de Juan de Dios en el amor misericordioso, brota una gran confianza en Él. Juan, desde el momento de su conversión, se centra cada vez más en Jesucristo e intenta responder, haciendo suyas las actitudes y los gestos del mismo Jesús.

Juan hace por Dios todo lo necesario para que el Reino sea cada vez más claro entre los hombres. Él sabe que todo cuanto hace es de Dios, se siente imbuido por el Espíritu del Señor para ser buena noticia a los pobres.

“Todo ha de ser por Dios pasado… todo esto por amor de Dios; por todo habéis de dar muchas gracias a Dios” (L.B.9)

“Porque todos los bienes que los hombres hacen no son suyos sino de Dios. A Dios la honra, la gloria y la alabanza, que todo es suyo”. (1 G.L.11)

Desde esta experiencia, Él hace por Jesucristo, que es fiel y durable, una opción preferencial por los más pobres de la sociedad, hace suyas las palabras del Señor.

“Cuando entréis en una ciudad, curad a los enfermos y decid que está cerca el Reino de Dios”

Juan entra en la Ciudad de Granada, identificándose con los más pobres de entre los pobres, su forma de “entrar en la ciudad” es hacerse uno de tantos, rebajarse con los más desgraciados del momento; él siente en su carne el frío, la desnudez, el dolor del látigo del Hospital Real, porque ha entrado a formar parte de una ciudad marginada. Desde esta experiencia de pobreza intenta levantar al hombre que junto a él está postrado en su misma situación.

“Tenía que parecerse en todo a sus hermanos para ser compasivo”.

Sus gestos encarnan y hacen realidad el amor del Padre hacia estos seres pequeños y desvalidos. Estos hombres vencidos por el mal, le han reconocido como la mano amorosa del Padre extendida hacia ellos.

Juan de Dios se hace presente donde la vida aparece casi destrozada; la encarnación de Jesús en el mundo él la actualiza, rebajándose y haciéndose uno de tantos, tomando la forma de pobre, enfermo mental, para levantar a los que estaban en la pobreza, la enfermedad, el abandono. (Flp.2). Y, solamente desde su actitud liberadora en medio de esta situación de pobreza absoluta, afirma que el Reino de Dios está cerca.

El servicio para el hombre enfermo, destinado al fracaso, humillado, excluido, es el lugar desde el que Juan de Dios se convierte en vocero de Dios y anuncia que Dios es amigo del hombre, de la vida. Juan de Dios es compasivo y profundamente humano, algo se estremece en su interior cuando se encuentra con personas necesitadas.

“El otro día, cuando estuve en Córdoba, andando por la ciudad, encontré una casa con gran necesidad: vivían allí dos muchachas con el padre y la madre, enfermos en cama, paralíticos hacía diez años; tan pobres y mal cuidados los vi que me despedazaron el corazón”. (1 D.S.15)

Él hacía por Dios lo que experimentaba que Dios hacía por él; era compasivo y misericordioso.

Promover el Reino de Dios entre los hombres supone una lucha continua de entrega generosa hasta las últimas consecuencias. Él se entrega sin límites, sabe que Dios lo ha hecho antes por él.

“Id proclamando que el Reino de Dios está cerca. Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis”. (Mt 10,7.)

Su donación absoluta parte de su sentido humano-divino de la vida. Y es lo que Juan de Dios hace por Dios; darse sin reservas para que Dios actúe en él.

“Si considerásemos cuán grande es la misericordia de Dios, nunca dejaríamos de hacer el bien mientras pudiésemos; pues al dar nosotros por su amor a los pobres, lo que de Él mismo hemos recibido, nos promete el ciento por uno en la bienaventuranza.
¡Oh estupendo lucro y ganancia! ¿Quién no querrá dar lo que tiene a este bendito mercader? No hay para nosotros trato más ventajoso. Por eso, nos ruega con los brazos abiertos que nos convirtamos y lloremos nuestros pecados, y que hagamos caridad primero a nuestras almas y después a los prójimos, porque como el agua apaga el fuego, así la caridad borra el pecado”. (2 D .S.13)

DIA QUINTO

LA FE DE JUAN DE DIOS

Y como cuando Dios quiere ayudar a sus hijos, siempre se vale de una persona, que sensibilizada ante la miseria de sus hermanos intenta darles remedio, se sirvió de Juan para infundir en él, el Carisma de la Misericordia y así buscar alivio y consuelo a todos aquellos desgraciados.
Surge así el carisma de la misericordia en una Iglesia necesitada de ejemplo y caridad, el Espíritu Santo suscita en San Juan de Dios lo que la Iglesia del momento mas necesitaba.
Juan anda de acá para allá haciendo lo que puede por los demás, no solo vendiendo leña sino también pidiendo para que su socorro llegue a mas. El no sabe de teorías es un hombre concreto, su imperativo es dar y para ello lo busca su manera.
Granada era una ciudad de contrastes algunos ricos, que vivían en buenos palacios y muchos pobres que eran ignorados por las minorías ricas. Esta es la realidad que el bendito Juan se encuentra y a la que ni puede ni quiere cerrar sus ojos, por eso la primera solución que pretende es la de servir de puente entre ricos y pobres, pedir a los ricos, para dar a los pobres, Juan necesita dinero y los ricos lo tienen, su primera misión es despabilar la conciencia dormida de estos acomodados de la sociedad y además de su dinero les pedirá su solidaridad y su sentimiento de igualdad para con sus hermanos los pobres que tan hijos de Dios como ellos, y aun mas por que si el evangelio es parcial con alguien es a favor de los pobres. La obra iniciada por el bendito Juan de Dios tiene unos alcances de auténtica revolución social.
Juan de Dios es signo de que todo lo humano habla de lo divino siendo por tanto el anuncio de un “cielo nuevo y una tierra nueva”. Juan de Dios es ante Dios el signo del hombre nuevo y ante los hombres el signo de la presencia de la misericordia de Dios en este mundo.
“El espíritu del Señor, está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.” (Lc.4,18.).
De la profunda experiencia, de Juan de Dios, en el amor misericordioso brota una gran confianza en El. Juan desde el momento de su conversión se centra cada vez más en Jesucristo e intenta responder, haciendo suyas las actitudes y los gestos del mismo Jesús.
Juan hace por Dios todo lo necesario para que el Reino sea cada vez mas claro entre los hombres. El sabe que todo cuanto hace es de Dios, se siente imbuido por el Espíritu del Señor para ser buena noticia a los pobres. .
“Todo ha de ser por Dios Pasado…todo esto por amor de Dios; por todo habéis de dar muchas gracias a Dios” (L.B.9)
“Porque todos los bienes que los hombres hacen no son suyos sino de Dios. A Dios la honra ,la gloria y la alabanza, que todo es suyo”. (1 G.L.11)
Desde esta experiencia, el hace por Jesucristo que es fiel y durable, una opción preferencial por los mas pobres de la sociedad, hace suyas las palabras del Señor.
“Cuando entréis en una ciudad, curar a los enfermos y decid que esta cerca el Reino de Dios”
Juan entra en la Ciudad de Granada, identificándose con los mas pobres de entre los pobre, su forma de ” entrar en la ciudad”, es hacerse uno de tantos, rebajarse con los más desgraciados del momento; él siente en su carne el frío, la desnudez, el dolor del látigo del Hospital Real, porque ha entrado a formar parte de una ciudad marginada. Desde esta experiencia de pobreza intenta levantar al hombre que junto a él está postrado en su misma situación.
“Tenía que parecerse en todo a sus hermanos para ser compasivo”.
Sus gestos encarnan y hacen realidad el amor del Padre hacia estos seres pequeños y desvalidos. Estos hombres vencidos por el mal, le han reconocido como la mano amorosa del Padre extendida hacia ellos.
Juan de Dios se hace presente donde la vida aparece casi destrozada; la encarnación de Jesús en el mundo el la actualiza, rebajándose y haciéndose uno de tantos, tomando la forma de pobre, enfermo mental, para levantar a los que estaban en la pobreza, la enfermedad, el abandono.(Flp.2). Y solamente desde su actitud liberadora en medio de esta situación de pobreza absoluta afirma que el Reino de Dios está cerca.
El servicio para el hombre enfermo, destinado al fracaso, humillado, excluido es el lugar desde el que Juan de Dios se convierte en vocero de Dios y anuncia que Dios es amigo del hombre, de la vida. Juan de Dios es compasivo y profundamente humano, algo se estremece en su interior cuando se encuentra con personas necesitadas.
“El otro día, cuando estuve en Córdoba, andando por la ciudad encontré una casa con gran necesidad: vivían allí dos muchachas con el padre y la madre enfermos en cama paralíticos hacía diez años; tan pobres y mal cuidados los vi que me despedazaron el corazón”. (1 D.S.15)
El hacía por Dios lo que experimentaba que Dios hacía por él; era compasivo y misericordioso.
Promover el Reino de Dios entre los hombres supone una lucha continua de entrega generosa hasta las últimas consecuencias. El se entrega sin límites, sabe que Dios lo ha hecho antes por él.
“Id proclamando que el Reino de Dios está cerca. Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo habéis recibido dadlo gratis”. (Mt 10,7.)
Su donación absoluta parte de su sentido humano-divino de la vida. Y es lo que Juan de Dios hace por Dios; darse sin reservas para que Dios actúe en él.
“Si considerásemos cuan grande es la misericordia de Dios, nunca dejaríamos de hacer el bien mientras pudiésemos; pues al dar nosotros por su amor a los pobres, lo que de El mismo hemos recibido, nos promete el ciento por uno en la bienaventuranza.
¡Oh estupendo lucro y ganancia! ¿quien no querrá dar lo que tiene a este bendito mercader? no hay para nosotros trato más ventajoso para nosotros. Por eso nos ruega con los brazos abiertos que nos convirtamos y lloremos nuestros pecados, y que hagamos caridad primero a nuestras almas y después a los prójimos, porque como el agua apaga el fuego, así la caridad borra el pecado”.(2 D.S.13) .
Creer en Dios y en Jesús es una misma cosa,(Jn.12,44; 14,1; 8,24. Ex.3,14.) porque Jesús y el Padre son uno.(Jn.10,30; 17,21); esta misma unidad es objeto de fe.

La opción de la fe es posible a través del testimonio y debe dilatarse en una vida limpia de pecado (Jn.3,9); animada por el amor fraternal (Jn.4,10ss; 5,1-5) y como dicen Pablo (Rom.8,31-39) y Juan (1 Jn.4,16) la fe induce a reconocer el amor de Dios a los hombres.

Juan de Dios cree en el hombre, imagen y semejanza de Dios y para él creer en Jesucristo y amar al hombre, son consecuencias que están ambas estrechamente unidas y que se derivan la una de la otra. Amar al hombre es por tanto consecuencia de la fe en Dios. Podemos afirmar que Juan de Dios creyó en el hombre de Dios. En la segunda carta a Gutiérrez Lasso dice:

“¡Hermano mío muy amado y muy querido en Cristo Jesús!. Os doy cuenta de mis trabajos porque sé que los sentís como yo sentiría los vuestros. Y como sé que amáis a Jesucristo y os compadecéis de sus hijos, los pobres, por eso os pongo al corriente de sus necesidades y de las mías.” (2ª L.B.10.)

En sus expresiones mezcla continuamente los conceptos, para él claros, de Dios Y hombre cuando está hablando de los pobres, salta a hablar de Dios, porque una idea le lleva a la otra.

“Si considerásemos lo grande que es la misericordia de Dios, nunca dejaríamos de hacer el bien mientras pudiéramos; pues al dar nosotros, por su amor a los pobres, lo que de El mismo hemos recibido, nos promete el ciento por uno (1ª D.S.13).

Creer en el hombre de Dios en esta inacabada historia de dolor que busca sentido en este valle de lágrimas, es una forma de explicación y ofrece la posibilidad de leer nuestra vieja historia de forma nueva e innovadora desde la fe, que lejos de alienar al hombre lo sensibiliza al problema humano, ya que sin solidaridad con el hombre y sobre todo con los más pobres, sean quienes fueren, el evangelio de Jesucristo y la fe en él resultan tan incomprensibles como increíbles.

Juan de Dios creyendo en el hombre y sacando la cara por él, nos habla de Dios y de su fe en El.

El amor compasivo de Juan es consecuencia de su fe; la asistencia a los pobres que acoge en su hospital, a las prostitutas a las que intenta reinsertar, a los niños abandonados en su portal, a todos los que a él acuden es una manera de hablarnos de Dios. La suya, Su Carisma.

” Y puesto que todos tendemos al mismo fin, aunque cada uno va por su camino, según el beneplácito de Dios y la vocación recibida, bueno será que nos ayudemos los unos a los otros…y me dé también humildad paciencia y caridad para con mis prójimos” (2ªl:b:12).

Según nos dice Castro el ve a Dios en todo hombre sin distinción de raza o credo, su amor estaba abierto a:

“Todo genero de pobres y necesidades, que le iban acudiendo a que les socorriese: Viudas y huérfanos honrados, en secreto, pleiteantes, soldados perdidos y pobres labradores.. y a todos socorría conforme tenían necesidad, no enviando a nadie desconsolado…estudiantes que mantenía y vergonzantes en sus casas….Algunas personas que le conocían y le veían distribuir y dar limosna en Valladolid, le decían: hermano Juan de Dios, ¿ porqué no guardáis los dineros, y los lleváis a vuestros pobres de Granada? Decía él: hermano, darlo aquí o darlo en Granada todo es hacer bien por Dios que está en todo lugar” (Castro 60-77)

En el hombre dolorido de las calles de Granada, en los pobres dementes del hospital, descubre los rasgos de Cristo en el que cree apasionadamente. Y en el que encuentra la clave de lectura de fe, que le impulsa a comprometer toda su existencia en el amor y servicio de Dios vivo y presente en los pobres y enfermos de Cristo.

La fe en el amor misericordioso de Dios para con el es en definitiva el móvil para entregarse al servicio de Jesucristo en los pobres enfermos y en todo hombre que es imagen de Dios.

Solamente Jesucristo, hombre pleno, nos da una idea clara, revela a Dios como la figura perfecta del Dios que se da a conocer en la plenitud de los tiempos. El Dios del Hombre, tiene una originalidad que el hombre no podría imaginar, los rasgos que revelaba de sí mismo en el AT. Es para Jesús, como no lo es para ninguno de nosotros, “el primero y el último”, aquel de quien viene Cristo y al que retorna, el que todo lo explica y de quien todo desciende, cuya voluntad debe cumplirse a toda costa y que siempre basta.

Es el santo, el único bueno, el único señor. Es el único al lado del cual nada cuenta; y Jesús, para mostrar lo que vale, “a fin de que sepa el mundo que él ama a su Padre” (Jn.14,31), sacrifica todos los esplendores de la creación y afronta el poder de Satán, el horror de la cruz.

Dios es el Dios vivo siempre activo, atento a todas sus criaturas, apasionado por todos sus hijos y su ardor devora a Jesús en tanto no haya entregado el Reino a su Padre (Lc.12,50).
(Vocabulario de teología Bíblica)

Este es el Dios del hombre, el Dios en el que Juan de Dios esta convencido que habita en todo hombre, es el Dios en el que Cree Juan, el Dios del Hombre, el Dios Amor. A este Dios Juan levanta un santuario, para adorarlo “en espíritu y verdad”. El hospital es el nuevo templo de Dios, y él lo llama casa de Dios.

“Cuando vengáis a esta casa de Dios, que sepáis conocer el mal del bien”(LB.59).”No sé si el Señor será servido que volváis a esta casa tan aína”(LB.71).” Son muchos los pobres que llegan a esta casa de Dios”(1GL.18).” Sustentar y vestir los pobres de esta casa de Dios”(3DS.19).

Juan anuncia la Nueva Alianza en el amor, la forma autentica de adorar a Dios. El cuerpo viviente del hombre Cristo es el nuevo templo; templo y ofrenda, pues será ofrecido al Padre por amor a los hombres para ser después reconstruido en la resurrección.

Dios es lo absoluto, pero no lejano al hombre. Dios quiere vivir en el hombre y con el hombre; quiere un pueblo-templo, casa y propiedad suya.

En ese pueblo-templo, hospital, casa de Dios, todos son sacerdotes, ya que todos han de ofrecerse a si mismos a Dios sobre el altar del sufrimiento y del amor; y por lo tanto todos son ofrenda.
Jesús como recuerda la carta a los hebreos (cap.9), fue el primero que como sumo sacerdote,

“de una vez para siempre se ofreció a sí mismo a Dios para purificarnos de las obras muertas y rendir así culto al Dios de la Vida”.

Juan de Dios haciendo el Bien y ofreciéndose a sí mismo en sus hermanos y prójimos aclara en que consiste esta perfecta alianza de Dios con el Hombre, cuál es la ley suprema de la misma y cual es su culto; según dice la carta a los hebreos.
La fuerza y la sabiduría de Dios establecen una alianza con los hombres que no podrá ser comprendida por quienes rehuyen del propio sacrificio o solo buscan un culto exterior. La alianza fue proclamada a los pobres y a los humildes; tampoco fueron los doctos los que abrazaron la fe y los que cimentaron la historia del cristianismo.
“¿No sabéis que vosotros sois el templo vivo de Dios y que el Espíritu de Dios vive en vosotros?”(1 Cor.3,16).

Cuenta Gómez Moreno en las “Primicias Históricas” que:

“Era tanta y tan grande la caridad de que Nuestro Señor Había dotado a su siervo y las obras tan peregrinas que de ella procedían, que algunos, juzgándolo con espíritu vano, lo tenían por pródigo y disipador; no entendiendo el verdadero significado de la caridad de Juan de Dios, llegaba, hasta dar, muchas veces la ropa que traía vestida y quedarse desnudo, siendo piadosísimo para con todos, y todo cuanto hacía y daba le parecía poco y siempre se hallaba en deudas de más… A cualquiera daba limosnas, sin mirar mas que se las pidiesen por amor de Dios y si le decían: mira que pide sin necesidad. El respondía: No me engaña a mi, el mire por sí que yo por amor del Señor se las doy”

Juan de Dios cree que el hombre es el nuevo templo de Dios y a el se entrega con un culto razonable, cree en el Dios del hombre o mejor dicho en el Dios que habita en el templo del hombre. Aquí esta el fundamento de su caridad. Dios no le pide al hombre más de lo que puede dar. Si solo puede dar pobreza y enfermedad, eso basta. ¡Saber que Dios nos acepta y nos ama así porque somos su templo, su imagen, es algo simplemente hermoso!.

Se sabía Juan servidor de la mesa del Reino; este Reino que Jesús tiene que entregar al Padre, si el Reino se entiende como una mesa tendida a la humanidad necesitada, para acercarse al hombre allí donde está, tal cual es, con su problema y su preocupación; para encontrar juntos la salida, Juan conoce el santuario y quien habita en el por eso se acerca a ejercer su culto sacerdotal para adorar al Dios vivo presente en la mesa de la humanidad, en la mesa del Reino.

Una vez que Juan descubre la realidad, se le impone la obligación de buscar el camino mas apto para entrar en dialogo con el hombre concreto, con el Dios presente en la historia. No se preocupa demasiado de lo que le va a decir o como lo va a remediar; es más importante saber con qué lenguaje se dirige al hombre y Juan lo hace con el lenguaje de la oración, del culto, de la Nueva Alianza, del Reino: EL AMOR

Solo desde este sentimiento que tiene de Jesucristo podemos comprender la misión de Juan de Dios y las obras que realizará en adelante.

DIA SEXTO

EL HOSPITAL CASA DE DIOS
Este es el Dios del hombre, el Dios, en el que Juan de Dios está convencido, que habita en todo hombre, es el Dios en el que cree Juan, el Dios del hombre, el Dios Amor. A este Dios, Juan levanta un santuario para adorarlo “en espíritu y verdad”. El Hospital es el nuevo templo de Dios, y él lo llama Casa de Dios.
“Cuando vengáis a esta casa de Dios, que sepáis conocer el mal del bien” (LB.59). “No sé si el Señor será servido que volváis a esta casa tan aína” (LB.71). “ Son muchos los pobres que llegan a esta casa de Dios” (1GL.18). “ Sustentar y vestir los pobres de esta casa de Dios” (3DS.19).
Juan anuncia la Nueva Alianza en el amor, la forma auténtica de adorar a Dios. El cuerpo viviente del hombre Cristo es el nuevo templo; templo y ofrenda, pues será ofrecido al Padre por amor a los hombres para ser después reconstruido en la resurrección.

EL HOSPITAL DE GOMELES (1547)
El hospital de Lucena es insuficiente. Era tanta la gente que acudía a la fama de Juan de Dios y a su mucha caridad, que no cabían en la casa que tenía y así acordaron gentes principales y devotas de la ciudad, de comprarle una casa que fuese capaz para todos. Y así la compraron en la calle de los Gomeles; la cual había sido un monasterio de monjas.
Toda granada vio pasar a los pobres de la calle Lucena a la cuesta de Gomeles, no quedaba mas remedio que verlos, tenían que atravesar el núcleo de la ciudad. Juan de Dios con los enfermos a cuestas ayudado por sus bienhechores y compañeros, ¡menuda procesión! Como para no ser notada.
La nueva casa costo cuatrocientos ducados, pero sabemos que el mismo Arzobispo Guerreo, recién llegado a la diócesis, puso de su bolsillo mil quinientos ducados.
La casa hospital, casa de Dios, como hemos visto mas arriba, tenia que ser ordenada y digna y hacia falta buena cantidad de limosnas. Escribiendo a la Duquesa de Sesa dice:
“Estoy en tanta necesidad, que el día que tengo que pagar a los que trabajan quedan algunos pobres sin comer. Son tantos los pobres que aquí se albergan, que yo mismo estoy espantado muchas veces cómo se pueden sustentar, mas Jesucristo lo provee todo y les da de comer. Entre todos, enfermos y sanos, gente de servicio y peregrinos, hay mas de ciento diez, porque siendo esta casa general, se reciben en ella a toda clase de gentes y de todas las enfermedades. Así que hay tullidos, mancos, leprosos, mudos, locos, paralíticos, tiñosos y otros muy viejos y muchos niños y, sin estos, otros muchos peregrinos y viandantes que aquí se albergan y se les da fuego, agua y sal y vasijas para guisar”.
No hay mejor descripción del hospital que la que el mismo hace en sus cartas, lleno de angustia pero de esperanza a la vez. A Gutiérrez Lasso le dice:
“Muchas veces no salgo de casa por las muchas deudas que debo”
Él quiere devolver el dinero, pero no le es posible, cada vez son más y más lo pobres y las necesidades a remediar, tiene una doble obligación; ayudar a los pobres y pagar a los acreedores. Recordemos lo que le dijo a Angulo cuando fue a Málaga a vender unas tierras que le habían dado:
“que no pierda el que la vende pero tampoco los pobres”
Es mucho lo que necesita para mantener la obra en la que se ha embarcado, lo dice con exquisito candor y amarga pena:
“No hay día ninguno que no sea menester para la provisión de la casa cuatro ducados y medio y a veces cinco. Esto para pan y carne y gallinas y leña, sin contar las medicinas y vestidos que son otro gasto por día, y el día que no se halla tanta limosna que baste para proveer lo dicho, tómolo fiado y otras veces ayunan”.
Está cargado de preocupaciones humanas como cualquier administrador de bienes, divinizando lo humano y humanizando lo divino.
Era tanta la gente que venía con el a negociar, que muchas veces apenas cabían de pies; y él sentado en medio de todos con gran paciencia oía a cada uno en sus necesidades, sin enviar jamás a nadie desconsolado, con limosna o con buena respuesta.
Pero su preocupación se dirigía al hombre integro, mirando por su bien corporal y espiritual, de manera que en amaneciendo salía de su celda, por llamarla de alguna manera, ya que era el bajo de la escalera del hospital, y decía en alta voz donde le oyesen todos los de la casa:
“Hermanos, demos gracias a nuestro Señor pues las avecicas se las dan”.
Rezaba las cuatro oraciones, y luego salía el sacristán, y por una ventana por donde todos le oyesen, decía la doctrina cristiana, y respondían los que podían; y otro la decía en la cocina a los peregrinos, y luego bajaba a visitarlos antes de que se fuesen y a los que estaban desnudos, repartía la ropa que dejaban los difuntos. Y a los jóvenes que veía sanos les decía:
“¡ea!, hermanos, vamos a servir a los pobres de Jesucristo”
Y él con ellos se iba a la sierra a recoger leña trayendo cada uno su haz a cuestas para los pobres y en este oficio se mantuvo mucho tiempo, para sufragar gastos y dar limosnas.

UNA LLAMADA AL ORDEN
Postrado en cama, se aprovecharon de la situación, algunas personas que no entendían la forma de proceder del bendito Juan de Dios y fueron a acusarlo al Arzobispo D. pedro Guerrero, diciéndole que en el hospital de Juan de Dios, había gente de mal vivir que podían ganarse la vida con su trabajo, pero que eran vagos y maleantes así como otras mujeres de mala vida, que se aprovechaban de Juan de Dios, no haciendo caso al bien que él les hacia, llevando una vida ligera sin intención de cambio.
Enterado el Arzobispo y sin saber que Juan de Dios estaba muy malo, lo mando llamar, Juan se levanto inmediatamente, como pudo, de su lecho y fue en presencia del arzobispo, le beso la mano y le dijo. “Qué es lo que manda, buen padre y prelado mío” el arzobispo le dijo:
“Hermano Juan de Dios, he sabido como en vuestro hospital se recogen hombres y mujeres de mal ejemplo y que son perjudiciales y que os dan mucho trabajo por su mala forma de proceder; por tanto, despedidlos, y limpiad el hospital de semejantes personas, para que los pobres que queden vivan en paz, y vos no seáis tan afligido y maltratado por ellos”.
Juan de Dios estuvo atento a todo lo que le dijo el prelado y le respondió humildemente:
“Padre mío y buen Prelado, yo soy el único malo e incorregible y sin provecho que merece ser echado de la casa de Dios; y los pobres que están en el hospital son buenos y yo no conozco vicio en ninguno de ellos; y puesto que Dios quiere a buenos y malos y sobre todos hace salir su sol cada día, no hay razón para echar a los pobres y desamparados de su propia casa”.
Le gustó tanto la respuesta al Arzobispo, viendo el amor y afecto paternal que tenía para con los pobres, y como se echaba sobre si las faltas que imputaban a los pobres, que le dio su bendición y le dijo.
“Id bendito de Dios, hermano Juan en paz, y haced en el hospital, como en vuestra propia casa, que yo os doy licencia para ello”.
Dios es lo absoluto, pero no lejano al hombre. Dios quiere vivir en el hombre y con el hombre; quiere un pueblo-templo, casa y propiedad suya.
En ese pueblo-templo, hospital, casa de Dios, todos son sacerdotes, ya que todos han de ofrecerse a sí mismos a Dios sobre el altar del sufrimiento y del amor; y por lo tanto todos son ofrenda.
Jesús como recuerda la carta a los Hebreos (cap.9), fue el primero que como sumo sacerdote,
“De una vez para siempre se ofreció a sí mismo a Dios para purificarnos de las obras muertas y rendir así culto al Dios de la Vida”.
Juan de Dios, haciendo el Bien y ofreciéndose a sí mismo en sus hermanos y prójimos, aclara en qué consiste esta perfecta Alianza de Dios con el Hombre, cuál es la Ley Suprema de la misma y cuál es su culto, según dice la carta a los Hebreos.
La fuerza y la sabiduría de Dios establecen una Alianza con los hombres que no podrá ser comprendida por quienes rehuyen del propio sacrificio o sólo buscan un culto exterior. La Alianza fue proclamada a los pobres y a los humildes; tampoco fueron los doctos los que abrazaron la fe y los que cimentaron la historia del cristianismo.
“¿No sabéis que vosotros sois el templo vivo de Dios y que el Espíritu de Dios vive en vosotros?”(1 Cor.3, 16).
Cuenta Gómez Moreno en las “Primicias Históricas” que:
“Era tanta y tan grande la caridad de que Nuestro Señor había dotado a su siervo y las obras tan peregrinas que de ella procedían, que algunos, juzgándolo con espíritu vano, lo tenían por pródigo y disipador; no entendiendo el verdadero significado de la caridad de Juan de Dios, llegaba hasta dar, muchas veces, la ropa que traía vestida y quedarse desnudo, siendo piadosísimo para con todos y todo cuanto hacía y daba le parecía poco y siempre se hallaba en deudas de más… A cualquiera daba limosnas, sin mirar más que se las pidiesen por amor de Dios y si le decían: mira que pide sin necesidad, Él respondía: No me engaña a mí, él mire por sí que yo por amor del Señor se las doy”
Juan de Dios cree que el hombre es el nuevo templo de Dios y a él se entrega con un culto razonable. Cree en el Dios del hombre o mejor dicho en el Dios que habita en el templo del hombre. Aquí está el fundamento de su caridad. Dios no le pide al hombre más de lo que puede dar. Si sólo puede dar pobreza y enfermedad, eso basta. ¡Saber que Dios nos acepta y nos ama así porque somos su templo, su imagen es algo simplemente hermoso!.
Se sabía Juan servidor de la mesa del Reino; este Reino que Jesús tiene que entregar al Padre. Si el Reino se entiende como una mesa tendida a la humanidad necesitada, para acercarse al hombre allí donde está, tal cual es, con su problema y su preocupación; para encontrar juntos la salida, Juan conoce el santuario y quien habita en él. Por eso se acerca a ejercer su culto sacerdotal, para adorar al Dios vivo presente en la mesa de la humanidad, en la mesa del Reino.
Una vez que Juan descubre la realidad, se le impone la obligación de buscar el camino más apto para entrar en diálogo con el hombre concreto, con el Dios presente en la historia. No se preocupa demasiado de lo que le va a decir o cómo lo va a remediar; es más importante saber con qué lenguaje se dirige al hombre y Juan lo hace con el lenguaje de la oración, del culto, de la Nueva Alianza, del Reino: EL AMOR.
Por eso los hombres viendo en él el amor de Dios le llamaron:
JUAN DE DIOS.

DIA SEPTIMO
LA CARIDAD DE JUAN DE DIOS.

Castro nos cuenta en el libro de su vida, el cual vamos siguiendo, una serie de Hechos escuetos, dice el que por razón de brevedad “Y de estas obras se podían referir muchas que por razón de brevedad se dejan. Solo diré que quien entrara en su hospital, bien manifiestamente viera la gran caridad de este hombre”
Tenía su biógrafo prisa por terminar su obra, o no quería que se le olvidaran los hechos o tal vez deseaba ardientemente que la vida de Juan de Dios fuera conocida enseguida por todos, y él se apresuraba a escribir ,de ahí que lo condensara todo sea como fuere pienso que este hombre adoraba a Juan de Dios, sentía por el una admiración extraordinaria, bueno como la podemos sentir los que vivimos en su casa, junto a sus restos o nos acercamos un poco a los datos de su vida.
Nos cuenta en unos cuantos párrafos una serie de acciones de caridad que realmente dibujan a san Juan de Dios como el hombre mas práctico concreto y realista en lo que a la Caridad se refiere; lo transcribo literalmente porque no tiene desperdicios:
“solo diré, que quien entrara en su hospital, bien manifiestamente viera la gran caridad de este hombre. Porque en el viera que se curaban pobres de todo género de enfermedades, hombres y mujeres, sin desechar a nadie, de calenturas, bubas, llagados, tullidos, incurables, heridos, desamparados, niños tiñosos, y que hacía criar muchos que le echaban a la puerta, locos y simples, sin los estudiantes que mantenía, y vergonzantes en sus casas, como queda dicho.
Proveyó también una cosa de gran socorro, que fue labrar una cocina para los mendigantes y peregrinos, para solo se acogiesen de noche a dormir, y se amparasen del frío; tan capaz y de tal suerte labrada, que cabían holgadamente mas de doscientos pobres, y todos gozaban del calor de la lumbre que estaba en medio, y para todos había poyos e que durmiesen, unos en colchones y otros en zarzos de anea y otros en esteras, como tenían la necesidad, como hoy día se hace en su hospital; con que demás de la caridad que les hacía, escusaba muchas ofensas de nuestro Señor, en buscarlos por las plazas, y quitar que no estuviesen juntos hombres con mujeres; y algunos los traía por fuerza allí, y las mujeres ponía por sí, y con esto limpiaba las plazas de esta gente perdida.
¿Se puede pedir mas?, ¿Puede haber caridad mas concreta que esta?.
Estamos ante una de las características mas sobresalientes de San Juan de Dios la concreción de su caridad
Es de notar que su concepto y vivencia personal de la caridad sean captados, por la apreciación, y el sentimiento, popular despertando en los mismos atractivo, y provecho cristiano y es que el pueblo y él coinciden en la mutua necesidad y deseo de patentizar la acción misericordiosa de dios con los pobres, desprovista de ambigüedades, similitudes sustitutorias.
No es una caridad teórica, ni un pensamiento de cómo hay que hacer las cosas. Juan de Dios hace. De su interior brota una manera de hacer, como lo haría el mismo Dios, porque su experiencia del amor de Dios, su cercanía con Él le hacen obrar de esta manera que sólo es peculiar en Dios.
Su mente y su corazón habitualmente actuaban elevados hacia Dios, y así lo exteriorizaba de manera natural puesto que lo sorprenden hasta cuando va por las calles entregado a sus actos caritativos. Uno de los testigos que lo observaba dice que “se le veía que andaba como endiosado”.
Su vivir la presencia de Dios, su unión con El en los actos y circunstancias de su vida tiene evidentes manifestaciones demostrativas, quedando reflejada incluso en su exterior.
Es a Dios, y su acción en directo lo que el pueblo mira, lo que ve en Juan y este les trae en su nombre la patente nueva forma de amar, de actuar, de comportarse con el hermano, con el semejante atribulado.
Juan de Dios desempaña, limpia la caridad un poco oxidada por el pasar de los siglos, y la presenta en su mas cruda realidad, en su esplendor inicial, con la fuerza fundante del mandato de amor de Cristo.

DOS TRUANES Y UN SANTO.

Antón Martín, tiene buena fama en Granada, es un chulo de burdel, oriundo de Mira, un pueblo de Cuenca. Cuando tuve la oportunidad de ir a predicar a este pueblo alrededor de año 1988 pude comprobar que allí también era famoso pero ya por su santidad hablaban de él con verdadero orgullo y no es para menos fue el que continuó la obra de San Juan de Dios el que se encargó del hospital, recibió de manos de nuestro fundador el testamento de las deudas y de los pobres, fue el fundador del antiguo hospital de Madrid de la plaza de Amor de Dios, donde esta la estación de metro que lleva su nombre: Antón Martín.

Pues bien nuestro personaje llegó a Granada tras un turbio asunto, la venganza de la muerte de su hermano Pedro de Aragón lo había matado Pedro Velasco, un joven de familia acaudalada de Granada por un lío de faldas y dinero.

Antón Martín tiene planteado un pleito en la chancillería de Granada contra Pedro Velasco; y esta dispuesto a darle muerte el mismo, si logra salir indemne del juicio.

Esta viviendo de lo que sabe y sabe poco salvo ser chulo de prostitutas y temido de los rufianes de la época. Frecuentaba los burdeles o mejor dicho vivía en ellos y de ellos, no es raro que en cualquiera de ellos se encontrara con el Santo practicando su apostolado entre las fulanas, como hemos dicho mas arriba.

Juan de Dios conocía las ansias de venganza de Antón, eran públicas en Granada, para el corazón de Juan de Dios no había problema humano que quedara fuera de su alcance, y ya se las ingenió para ponerse a su alcance, tal vez pidiéndole limosna o usando de sus artes persuasivas las mismas que usaba en el lupanar, una testigo, María de Villavicencio situó sus ardiles en la calle de la colcha:
“fue público en esta ciudad que el bendito padre Juan de Dios convirtió en la calle de la Colcha al hermano Antón Martín; y fue donde lo encontró, y se hincó de rodillas con un Cristo”

La misma estrategia que con las mujeres y el mismo fruto la conversión de Antón que acompañado por Juan de Dios fue a retirar la denuncia puesta en la chancillería, perdonando de corazón a Pedro Velasco, que aunque de acaudalada familia es un vividor, criminal y mujeriego donde los hubiera.

Pero no termina aquí la historia, ambos pedirían a Juan que los admitiera en su compañía, siendo estos los dos primeros hermanos de San Juan de Dios. Y a los dos se les vio descalzos por granada pidiendo la bendita limosna para los pobres.

DIA OCTAVO

EL LLANTO DE LOS POBRES

Enterada de la enfermedad de Juan de Dios, doña Ana Osorio esposa de García de Pisa, que vivía muy cerca del hospital de los Gomeles, fue a visitarle , encontrándole rodeado de pobres que no le dejaban descansar, acostado en unas tablas con la capacha de esparto de cabecera, viéndole tan quebrantado y en tan mal estado, le rogó que permitiera lo llevasen a su casa para poderlo atender bien y así pudiese curarse antes. El santo se excusó, diciendo: “que no lo sacasen de entre sus pobres, porque entre ellos quería morir y ser enterrado”.

La señora de Pisa le convenció diciéndole que “el había predicado a todos la obediencia y que por tanto obedeciese él, ahora lo que con tanta razón le pedía por amor de Dios. El santo consintió.

Trajeron una silla para llevarlo, porque ya no se podía mover y lo pusieron en ella. Cuando los pobres se dieron cuenta que se lo querían llevar, lo cercaron para que no se lo llevaran por el cariño tan grande que le tenían, pero como no hicieron caso a su resistencia y se lo llevaban de todas las maneras para procurar el mejor bienestar del santo y su curación.

“comenzaron todos a levantar tal alarido y gemidos, hombres y mujeres, que no hubiera corazón , por duro que fuera, que no reventara en lagrimas”

Cuando Juan de Dios escucho los llantos, alaridos y aflicciones de los pobres, alzó los ojos al cielo, y les dijo entre suspiros:

“Sabe Dios, hermanos míos, como quiero yo morir entre vosotros; pero, puesto que quiere Dios que muera sin veros, cúmplase su voluntad”

y le echo la bendición uno por uno. Y les dijo:

“quedad en paz, hijos míos, y si no volviera a veros mas, rogad a nuestro Seños por mi”.

A estas palabras volvieron a levantar de tal manera su alarido y le decían tales cosas, que conmovieron el interior de Juan de Dios, hasta el punto de quedar desmayado en la silla.

Cuando volvió en si, lo llevaron a la casa de los pisa, sería esta la primera procesión de Juan de Dios, aun en vida.

Como había prometido obedecer, consintió que le quitaran el pobre y áspero traje que llevaba puesto, y dejó que hiciesen con él cuanto le mandaban. Y así le pusieron camisa nueva y limpia, lo metieron en una cama, ¡Cuánto tiempo hacía que no se acostaba entre sábanas!, acepto médicos y medicinas y la visita de muchas personas principales y señores. Todo esto lo soporto sin él quererlo pero lo que mas le dolió fue que lo privasen de ver pobre alguno, poniéndole un portero para que no los dejasen pasar, ya que la visitas de sus queridos hijos, los pobres de Jesucristo, le hacía llorar y apenaba su corazón de padre de los pobres.
Enterado el Arzobispo de su enfermedad, lo fue a visitar para consolarlo y animarlo en la situación en que se encontraba, y le preguntó que si tenia alguna pena en su corazón que se la comunicase, porque el la remediaría dentro de sus posibilidades.

Juan de Dios le respondió:

“padre mío y buen pastor, tres cosas me preocupan: una lo poco que he servido a Nuestro Señor, habiendo recibido tanto. Otra, los pobres y gente que han salido del pecado y mala vida y los vergonzantes. Y la otra, estas deudas que debo, que he hecho por Jesucristo.

Y le puso el libro en la mano, donde estaban asentadas sus deudas.

El obispo respondió:

“hermano mío, a lo que decís que no habéis servido a nuestro Señor, confiad en su misericordia, que el suplirá con los meritos de su pasión; y en los pobres, yo los recibo y tomo a mi cargo, como estoy obligado; y en cuanto a las deudas yo las tomo desde ahora a mi cargo, para pagarlas, y os prometo hacerlo como vos mismo lo hubieseis hecho; por tanto sosegaos y no os de pena nada, sino atended solo a vuestra salud y encomendaos a nuestro Señor.

Gran consolación recibió Juan de Dios con la visita de su obispo y con lo que le prometió. Recibió su bendición, le besó la mano y el obispo tomo camino para visitar el hospital.

CAPITULO XXXII

LA MUERTE ROMPIÓ SU PROTOCOLO.
(8 DE MARZO DE 1550)

Se le agravó mas la enfermedad, recibió el Sacramento de la penitencia y le trajeron a nuestro Señor para que lo adorara, pues ya no lo podía recibir, por su estado de enfermedad.

Llama a Antón Martín, para encomendarle a los pobres, los huérfanos y sobretodo a los vergonzantes, le dice cuanto tiene que hacer con ellos le amonesta, le da consejos.

Siente que llega la hora de su partida, se levanta de la cama, poniéndose de rodillas, coge el crucifijo. Ora un instante en silencio y dijo con voz clara e inteligible:

“Jesús, Jesús, en tus manos encomiendo mi espíritu”
Y entregó su alma a su Señor.

Tenia cincuenta y cinco años, habiendo gastado doce de estos en servir a los pobres de granada.

Tras la muerte, su cuerpo quedó de rodillas, sin caerse, la muerte rompió con el su protocolo, estuvo en esta postura, un cuarto de hora y podía haber estado así todo el tiempo del mundo, de no ser, porque los que se hallaban presentes, lo consideraron un inconveniente, por si se enfriaba, para poderlo amortajar.

Lo quitaron y con gran dificultad lo estiraron, haciéndole perder aquella singular forma de estar de rodillas.

Estuvieron presentes en su muerte, muchas señoras principales y cuatro sacerdotes, y todos quedaron admirados y dieron gracias a Dios, por la manera tan singular de morir.

Fue a la entrada del sábado, media hora después de maitines, el ocho de marzo de mil quinientos cincuenta.

Así de escueto es Castro al tratar el tema de su muerte. A él lo que le interesa es lo edificante de su vida.

Pero es de notar que en el proceso de canonización de Juan de Dios, muchos testigos difieren de esta crónica escueta, y comentan como el bendito Juan de Dios, estuvo entre cuatro y seis horas de rodillas, sin caerse, que los de la casa entraron y lo vieron de rodillas y no se atrevieron a molestarle, pensando que estaba rezando, que cuando se decidieron a llamarle, vieron que estaba muerto; y de cómo toda la ciudad se puso en camino, para ver al padre de los pobres, muerto.

En fin que nos hemos ajustado a la vida de Castro y así es como lo cuenta su primer biógrafo, pero en el corazón de todos está, y granada entera comenta, y conoce, por transmitirlo de boca en boca, que la muerte del bendito Juan de Dios, fue tan singular y prodigiosa como lo había sido toda su vida.

Porque al fin y al cabo sabemos que cada uno muere con la singularidad con que ha vivido.

EL ENTIERRO DEL PADRE DE LOS POBRES.
(La ciudad de granada, se quedo como “HUERFANA”.

“A su cuerpo se le hizo el mas suntuoso y honrado enterramiento que jamás se hizo a príncipe, emperador, ni monarca del mundo”
“Fue tanta la gente que acudió sin llamar a ninguno, de todas las calidades, que fue cosa de admiración”.

Amortajaron el cuerpo y lo pusieron sobre un lecho bien adornado, en una sala grande de la casa de los pisa, frailes y clérigos dijeron Misas y responsos, en tres altares preparados para el momento.

A las nueve de la mañana, era tanta la gente que había acudido, que no cabían ni en los alrededores, y entiéndase alrededores, por toda la carrera del darro, y la calle San Juan de los reyes.

Cogieron el féretro a hombros, el Marques de Tarifa, el Marques de Cerralbo, D. Pedro de Bobadilla y D. Juan de Guevara. Cuando llegaron a la calle hubo una contienda sobre quién debía llevarlo; y un fraile de la Orden de los Mínimos, propietarios de la Iglesia de la Victoria donde tenía que enterrarse, propuso que fueran los frailes de su Orden, los que llevasen al bendito Juan de Dios, y así fue durante un buen trayecto, hasta que otros frailes de las diversas Ordenes religiosas de la ciudad los fueron cambiando, hasta llegar al convento de la Victoria.

En el cortejo procesional, primero iban los pobres. Y todas las mujeres que el había casado, sacándolas de la casa pública, viudas vergonzantes…. Todos con velas en las manos, llorando y cantando y contando los muchos bienes que había hecho el santo por ellos.
Tras ellos todas las cofradías de la ciudad. Todo el clero y Ordenes religiosas. la cruz de la parroquia con sus clérigos. El cabildo catedralicio, el Arzobispo y capellanes reales y luego el cuerpo de Juan de Dios. Tras él. Los veinticuatro jurados de la ciudad, oficiales y letrados de la audiencia real. Un sinfín de gentes, entre los que había moriscos, que comentaban, entre llantos, las limosnas y buenas obras que por ellos hacía.

Cuando llegaron a la plaza de la Iglesia de la Victoria, pararon el cuerpo porque era imposible entrar en la Iglesia, en ese momento, la multitud con gran devoción, arremetió contra el cuerpo sin poder detenerlos, ni los ruegos ni la fuerza, todos querían tocar el ataúd y pasar rosarios y otros objetos de devoción. Temieron que allí ocurriera un desatino y que destrozaran el féretro.

Entraron el cuerpo en la Iglesia, celebrando la Misa el P. General de los Mínimos, que se hallaba en Granada y predicando un padre de la misma Orden, sobre la excelente vida de caridad y misericordia del Bendito Juan de Dios.

Por fin enterraron su cuerpo en el panteón de la familia de Pisa que se hallaba en aquella Iglesia.

Se dijeron misas los dos días siguientes u durante todo el año no hubo sermón en toda la ciudad, en el que no se predicara sobre el bendito Juan de Dios.

El cronista de la ciudad, narrando el suceso, escribió:
“Con la muerte del bendito Juan de Dios, la ciudad de Granada, se ha quedado como Huérfana.”