Tolerancia e Intolerancia

TOLERANCIA E INTOLERANCIA, DOS FORMAS DE ASUMIR VALORES

¿Qué es la tolerancia?

Las sociedades modernas han institucionalizado la libertad de conciencia. Ya no existe una religión de la ciudad. Por eso el respeto a quienes propugnan concepciones de la vida diferentes aparece garantizado en los ordenamientos jurídicos de casi todos los países. La Declaración Universal de Derechos del Hombre, proclamada en 1948 en la ONU afirma:

“Toda persona tiene el derecho a la libertad de pensamiento de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, la práctica, el culto y la observancia”.

“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”

Para algunos, la tolerancia es un mal necesario que se impone en aquellas sociedades donde no resulta posible eliminar a los disidentes, o bien el costo social de la eliminación sería demasiado elevado. Naturalmente expresan su desdén hacía ella. Parece que Paul Claudel, preguntado acerca de la tolerancia respondió: ” ¿la tolerancia? ¡para eso hay ciertas casas!”.

En cambio, otros consideran que la tolerancia no se basa en una actitud de clemencia, sino que constituye por si misma, un valor moral auténtico. Una sociedad pluralista no solo es la condición natural del hombre sino también una fuente de enriquecimiento recíproco, porque como decía Walter Lippmann,

“donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”.

Pues bien, solo en este segundo caso puede hablarse de verdadera tolerancia.

Hay ocasiones en que experimentamos el gozo positivo de la diversidad. Mas frecuentemente sin embargo, la tolerancia es el resultado de una actitud esforzada, como sugiere ya la misma palabra: tolerar significa soportar y supone cierta violencia. La tolerancia no la debemos confundir con la indiferencia. Somos tolerantes cuando las diferencias que mantenemos con el otro nos importan. Nadie necesita tolerar lo que le resulta indiferente.

Un pasado de intolerancia.

A pesar de los paréntesis de la Reconquista durante la Edad Media predominaron en España actitudes tolerantes. Recordemos, por ejemplo, que Alfonso VI (1040-1109) se proclamó en Toledo rey de las tres religiones, y durante los siglos XII y XIII se dió una fecunda colaboración entre cristianos, musulmanes y judíos en la escuela de traductores de esa misma ciudad. En cambio al llegar la Edad Moderna, al reves de lo que ocurría en el resto de Europa empezó a crecer entre nosotros la intolerancia. Los Reyes Católicos establecieron la Inquisición en el 1481, que estaría vigente en España hasta 1834. Felipe II en contraste con Alfonso VI ya citado proclamo “no quiero ser señor de herejes”.

La división fue acentuándose a partir de las Cortes de Cádiz (1812), España quedó escindida en las famosas “dos Españas”. Una de ella era la España católica, monárquica y capitalista, porque parecía que esas tres cosas tenían que ir juntas. La otra era la España agnóstica, republicana y socialista, cada una de las dos Españas bautizó como “anti España” a la otra y le negó el derecho de existir. Ya lo inmortalizó Machado:

“españolito que vienes

al mundo, te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón.”

Quien quiera entrar en el ambiente psico-social que se respiraba entonces en España puede leer a Galdos (por ejemplo Doña Perfecta) y seguramente saldrá con el ánimo encogido. La expresión más aterradora la encontramos en aquel cuadro de Goya en que dos ciegos hundidos de barro hasta la rodilla, se derriban a golpes. Desgraciadamente, la Guerra Civil (1936-1939) convirtió aquella escena en realidad. La Inquisición y la quema de conventos decía Cela no son sino el haz y el envés de la misma piromanía. La historia de la sangre es como una borrachera epiléptica, y son pocos los españoles que se libran. La Iglesia tuvo su parte de culpa en todo aquello puesto que hasta hace unos años, unió su suerte a una de las dos Españas. La tesis de Menéndez y Pelayo se resume en la identificación del espíritu nacional con la más estricta ortodoxia religiosa; por consiguiente, se negaba la españolidad de los heterodoxos. García Morente en sus ” ideas para una filosofía de la historia de España” escribe:

“El sentido profundo de la historia de España es la consustancialidad de la patria y la religión…. Si fuera posible que España, alguna vez, dejase de ser católica, España habría dejado de ser España; y sobre el viejo solar de la Península vivirían otros hombres que ya no podrían, sin abuso ser llamados españoles”.

Cuando Franco recibió oficialmente al Nuncio Cicognani, le dijo:

“Excelencia Reverendísima: Podéis decir al Santo Padre que no es España ni son verdaderos españoles los que, obedeciendo consignas extranjeras, quemaron los templos del Señor, martirizaron a sus ministros y destruyeron implacablemente, con sañas sin ejemplo, todo lo que en nuestra patria significaba, al mismo tiempo que manifestación de cultura, expresión de fe católica”.

La Iglesia ha reconocido su responsabilidad. En la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes celebrada en 1971, se sometió a votación una propuesta que decía: “Reconocemos humildemente y pedimos perdón porque nosotros no supimos ser a su tiempo verdaderos ministros de reconciliación en el seno de nuestro pueblo dividido por una guerra entre hermanos”. Aunque la propuesta fue apoyada por una amplia mayoría, no consiguió los dos tercios de los votos para ser aprobada. Sin embargo, al cumplirse el 50 aniversario del comienzo de la Guerra Civil la Conferencia Episcopal Española hizo suyo el espíritu de esa declaración. Esta es la historia sintética y resumida de España pero a nivel mundial y sintética en la religión me gusta afirmar con Juan María Laboa la intolerancia de las religiones del libro. Para no alargarnos demasiado estas tres religiones son la judía la cristina y la mahometana.

La primera intolerancia de nuestra era fue judía según nos cuentan los Hechos de los Apóstoles. San Pablo, después de haber perseguido a los cristianos fue perseguido por los judíos tras su conversión. Y un sin fin de cristianos más San Lorenzo…. Un historiador simpatizante de los judíos Lucio de Acebedo sostiene que la intolerancia judía a comienzo del siglo XVI ha sido ciertamente mayor que la de los cristianos.

La segunda intolerancia fue la Islámica, dejando a un lado la realidad del Africa cristiana de San Agustín, que quedó convertida en una pleyade de países mahometanos, en España los almorávides persiguieron intensamente a cristianos y judíos. Y Almanzor organizó una verdadera inquisición oficial y espurgó todas las bibliotecas del país.

La tercera intolerancia, fue la cristiana, para que hablar de ella. Ya hemos dado algunos datos a nivel nacional prefiero no seguir insistiendo en V, Valdenses, Husitas, Luteranos y Calvinistas y un largo etc de exigencia en “limpieza de sangre”, “cristiano viejo” etc.

Todos los enciclopedistas y, en general, ilustrados defenderán con ardor la tolerancia y acusaran a las religiones y en especial a la Iglesia Católica de fanatismo e intolerancia, instalando en la conciencia occidental el convencimiento de que el cristianismo por definición, es esencialmente intolerante.

La tolerancia y la libertad religiosa y de conciencia se impusieron oficialmente tras las persecuciones y guerras de religión, como resultado de la situación de hecho que se dio en Europa y, sobre todo, en Norte-América: una situación que en Europa fue de equilibrio interconfesional, que ni el proselitismo y las fuerzas de las armas lograron destruir, y en las Colonias Inglesas de Norte-América de una coexistencia de múltiples confesiones antes perseguidas en el viejo mundo. De hecho, Lord Baltimore, católico estableció la libertad religiosa al fundar el estado de Mariland, al mismo tiempo que Willian Penn, en Pensilvania y los colonos de Rohde Island establecieron en estos territorios la misma libertad.

Los ilustrados defendieron con intrepidez la tolerancia, al tiempo que achacaron a la intolerancia de las iglesias todos los males pasados. Voltaire, Montesquieu, Bayle y tantos otros prebostes defendieron un mundo mejor, menos dogmático, alejado de la tradición que marginaba a las iglesias y al clero. Este relativismo absoluto, este subjetivismo que impregnará la época contemporánea caracterizara la tolerancia de nuestros siglos, pero al mismo tiempo proporcionara argumentos a la intolerancia eclesiástica. El mundo moderno ha adoptado como forma de vida el pluralismo, la libertad de pensamiento y, por consiguiente, de concepciones.

El desarrollo de las naciones modernas llevo consigo ciertos riesgos, comenzando por una creciente acentuación de la laicidad del Estado. En la lucha creciente en favor de la libertad de religión había que buscar el origen de la libertad de los modernos, y solo así podemos comprender la insistencia y la dedicación de los liberales en favor de la libertad de conciencia y de cultos incluso allí donde apenas había disidentes. No podían conseguir una plena libertad de prensa, una nueva educación, una mayor autonomía estatal si antes no se permitía una libertad religiosa.

Un presente de tolerancia.

Hoy las cosas han cambiado. Según un estudio realizado por el CIS en 1987, el 69 por ciento de los españoles mayores de 18 años dicen encontrarse poco o nada a disgusto entre las personas que tienen ideas diferentes a las suyas. Son algo menos tolerantes las mujeres que los varones, los adultos que los jóvenes, los que tienen posición económica y estudios mas bajos, los que se consideran más religiosos y los situados políticamente a la derecha. Pero incluso en estos casos las posturas intolerantes son siempre minoritarias.

Parece como si la mayoría de los españoles hubiesemos comprendido ya que no es enemigo nuestro el que convive con nosotros, por mucho que piense de forma distinta, sino el que no quiere convivir aunque comparta nuestras ideas. Es decir, que ni la derecha es la verdadera enemiga de la izquierda ni la izquierda lo es de la derecha, sino que el terrorismo y los movimientos de extrema son los enemigos de todos.

Fruto de este nuevo clima mental ha sido la sustitución del régimen autoritario por la democracia que es hoy por hoy el único cauce que existe para resolver los antagonismos sin violencia. Naturalmente ha sido necesario vencer no pocas dificultades, pero hoy podemos dar por concluida la transición política, una vez que el nuevo régimen a logrado superar con éxito tres pruebas de fuego:

– la primera fue el 9 Abril 1967 con la legalización del PCE.

– la segunda la del 23-F 1981

– la tercera la del 28-O 1982 con el acceso al poder por primera vez del partido socialista símbolo claro de la España que perdió la Guerra Civil.

Entre tanto aparece una obra de arte capaz de representar el nuevo clima del país que sea comparable al cuadro de Goya antes citado, quizá podríamos recordar las imágenes que nos ofreció la televisión de la sesión conjunta de las dos Cámaras que se celebro el 27 de Diciembre de 1978 para sancionar la nueva Constitución. Seguramente muy pocos españoles de los años cuarenta habrían podido imaginar unas Cortes en las que estuvieran juntos la Pasionaria y un Calvo Sotelo aplaudiendo con respeto a un nieto de Alfonso XIII.

Desde otra situación histórica y geográfica, a finales de 1984, declaraba Miguel D Escoto, ministro de asuntos exteriores de Nicaragua y sacerdote de la Congregación de Maryknoll:

“Siempre ha habido testimonios muy importantes de auténticos cristianos dentro de la Iglesia Católica. La verdad, no obstante, es que cuando en un país cualquiera se han intentado cambios profundos en las estructuras para combatir las injusticias institucionalizadas se ha notado, y en América Latina ha sido la regla, que la Iglesia ha defendido el statu quo. Me refiero a la Iglesia como institución, a la jerarquía como tal.”

¿Puede aceptarse un juicio tan simple?. En cualquier caso, para un católico debieran constituir estas afirmaciones motivo serio de reflexión, pero para esto, obviamente, debe conocer la historia, no una anécdota ni un latiguillo. El sentir tolerante o intolerante no es cuestión de meras anécdotas sino de convencimientos plenos, profundos, radicales, fundamentados en una escala de valores con la apertura correspondiente a los signos de los tiempos, so pena de quedarse fuera de la historia.

Valoración de la tolerancia

Algunos manifiestan reservas frente a la tolerancia, por considerar que el error no tiene derecho a existir; pero detrás de ese argumento se esconden varios equívocos. Se me ocurre así a la voz de pronto aquel viejo refrán “si cierras la puerta a todos los errores dejaras fuera a la verdad” o aquella expresión del mismo Jesús ante Pilatos “…y que es la verdad” ya que muchas veces como este es el caso teniéndola delante la considera un error.

Dejando a parte el hecho de que cada colectivo es ortodoxo para sí mismo y equivocado y hereje para los demás, no hay que olvidar que, por muy absoluta que la verdad sea, considerada en si misma, la visión que el hombre tiene de ella participa de las propiedades de nuestra naturaleza humana, es decir de lo imperfecto y relativo. Y, lo mismo que nadie tiene la verdad plena tampoco nadie está absolutamente equivocado. Precisamente, si las herejías perduran es por la parte de verdad que contienen.

Como decía San Agustín, “No penséis, hermanos, que pueden surgir las herejías de las almas pequeñas. Solo los hombres grandes crean las herejías”.

En segundo lugar, ni el error ni la verdad son sujetos de derechos, sino las personas. Y una persona tiene el derecho y el deber de adoptar como verdad aquello que con sinceridad crea que lo es aun cuando objetivamente fuera un error. La nueva ética y me refiero a la cristiana opina que la conciencia es tribunal de última instancia. Esto a nivel institucional es un verdadero avance a formas arcanas, arcaicas que ya hemos visto de intransigencia institucional.

Creo interesante no confundir la intolerancia con el relativismo ni con el irenismo me explico, la actitud irénica consiste en no contradecir a los que piensan o creen de distinto modo y en disimular las propias convicciones o mantenerlas en secreto.

Hay que ser claros: la finalidad de la tolerancia es la verdad. Como dice Machado:

“¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.”

La tolerancia es buena no porque no haya verdad objetiva y porque las decisiones a tomar deban ser necesariamente un compromiso entre una variedad de opiniones, sino porque hay una verdad objetiva y el mejor modo de acercarse a ella es el diálogo libre.

Naturalmente el que esta convencido de haber encontrado la verdad sobre la vida humana se esforzara para que también los demás participen de su convencimiento. Lo único que la tolerancia excluye es la imposición de la verdad por la fuerza. Recordemos aquella pregunta de los discípulos de Jesús cuando, en una aldea de Samaría, ni siquiera se dignaron a escucharle: “Señor, ¿quieres que pidamos que baje fuego del cielo y los consuma?”. La respuesta del maestro fue inequívoca “Volviéndose les respondió y les dijo: No sabéis de que espíritu sois.” (Lc 9,51).

Como dijo el Vaticano II, la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad. Se trata, por tanto, de mantener a salvo la tolerancia sin caer en el nihilismo del “todo vale”.

Aclarar esto parece importante, porque algunos dan la impresión de que no conciben otra forma de evitar la tolerancia que la carencia de convicciones firmes y la caída en el relativismo. Sin embargo, la base para la existencia de una autentica democracia no es el relativismo, mas bien, si la historia no miente, de los imperios decadentes, sino la tolerancia.

Solo me queda decir que en estas páginas no intento sino presentar una reflexión personal sobre algún punto y a través de la historia del sentido de la tolerancia para invitar a una mayor aproximación a su conocimiento y a nuestro conocimiento personal que por esencia creo que por el hecho de ser humano debe ser tolerante.