CAPITULO XXIV

EL HERMANO JUAN DE DIOS. (1546-1547)

Hasta ahora hemos venido llamando a nuestro personaje Juan, Juan Ciudad, Juan de Dios. El suceso ocurrió para ratificar para siempre el nombre de Juan de Dios. El sentir popular ya le llamaba así, era lógico, una persona que continuamente tenía el nombre de Dios en su boca y que todo lo hacía por Dios y además llamándose Juan, que la gente le llamara Juan el de Dios o Juan de Dios. Era un apodo popular.

Pero además, este hecho va a ser singular en la vida del Santo, y de su Obra, porque es, de alguna manera, el reconocimiento oficial por parte de la Iglesia de la labor que viene realizando.

Uno de aquellos días en los que Juan andaba por la ciudad pidiendo la bendita limosna o asistiendo a los pobres de su Hospital, el Presidente de la Real Chancillería y Obispo de Tuy, Miguel Muñoz, que ya conocía al santo, le mandó recado para que fuese a comer a su casa.

Él encantado, no por el hecho de que fuese el Obispo ni por la buena mesa que pudiera haber, sino porque de allí, como siempre, sacaría buena tajada para los pobres. Se presentó ante aquel ya viejo conocido suyo, a sentarse a su mesa.

Menuda imagen: el Obispo con sus ricas vestiduras como corresponde a su rango, Juan un andrajoso, como corresponde al suyo.

Y el Obispo en conversación que le pregunta,

¿Cómo se llama?.

De sobra lo sabía y conocía cuál era su nombre.

Él responde que Juan,

Y el Obispo le dice, que desde ahora se llamará:

Juan de Dios.

A lo que él respondió:

“Si Dios quisiere”

Y desde entonces se llamó de manera oficial como la gente extraoficialmente ya le llamaba:

“JUAN DE DIOS”

Tenía Juan de Dios por costumbre, cuando le daba a algún pobre su vestido, vestirse él con el del pobre y como el Obispo le viese tan andrajoso y mal parado le dijo:

Hermano Juan de Dios, por vuestra vida, que pues lleváis de aquí el nombre, que toméis también la manera del vestido, porque ese que traéis da asco y pesadumbre a los que tienen devoción de sentaros a su mesa; y sea, que os vistáis de un cossete y unos calzones de buriel y un capote de sayal encima, que son tres cosas en nombre de la Santísima Trinidad.

Y él aceptó de buena voluntad y el Obispo lo hizo comprar y se lo vistió de su mano; y así fue con nombre y vestido y con bendición de manos del Obispo, no quitándose este traje hasta que murió.

Leemos el testimonio de un escribano llamado Juan Lobo que nos dice acerca de su manera de vestir:

Mudó el hábito; y se puso un calzoncillo de lienzo muy grueso hasta la rodilla, y una camisilla de lo mismo, y encima un capotillo de jerga muy gruesa, abierto por los lados, que llevaba encima de las rodillas. Y en las piernas descalzo, la barba y la cabeza ordinariamente rapadas a navaja sin sombreo ni capa ni otra cosa alguna; lloviendo y nevando andaba pidiendo por las calles de esta ciudad desde que anochecía hasta después de las doce de la noche, diciendo: “Hermanos, ¿quién hace bien para sí mismo?”.

Ya está constituido el germen de lo que será la futura Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Sus seguidores vestirán como él, pedirán la limosna, asistirán a los pobres, serán:

LOS HERMANOS DE SAN JUAN DE DIOS