CAPITULO XXXII
LA MUERTE ROMPIÓ SU PROTOCOLO
(8 DE MARZO DE 1550)
Se le agravó más la enfermedad, recibió el sacramento de la penitencia y le trajeron a nuestro Señor para que lo adorara, pues ya no lo podía recibir, por su estado de enfermedad.
Llama a Antón Martín, para encomendarle a los pobres, los huérfanos y, sobretodo, a los vergonzantes. Le dice cúanto tiene que hacer con ellos, le amonesta, le da consejos.
Siente que llega la hora de su partida, se levanta de la cama, poniéndose de rodillas, coge el crucifijo. Ora un instante en silencio y dijo con voz clara e inteligible:
“Jesús, Jesús, en tus manos encomiendo mi espíritu”
Y entregó su alma a su Señor.
Tenía cincuenta y cinco años, habiendo gastado doce de éstos en servir a los pobres de Granada.
Tras la muerte, su cuerpo quedó de rodillas, sin caerse. La muerte rompió con él su protocolo, estuvo en esta postura un cuarto de hora y podía haber estado así todo el tiempo del mundo, de no ser, porque los que se hallaban presentes, lo consideraron un inconveniente, por si se enfriaba, para poderlo amortajar.
Lo quitaron y con gran dificultad lo estiraron, haciéndole perder aquella singular forma de estar de rodillas.
Estuvieron presentes en su muerte, muchas señoras principales y cuatro sacerdotes, y todos quedaron admirados y dieron gracias a Dios, por la manera tan singular de morir.
Fue a la entrada del sábado, media hora después de maitines, el ocho de marzo de mil quinientos cincuenta.
Así de escueto es Castro al tratar el tema de su muerte. A él lo que le interesa es lo edificante de su vida.
Pero es de notar que en el proceso de canonización de Juan de Dios, muchos testigos difieren de esta crónica escueta, y comentan cómo el bendito Juan de Dios, estuvo entre cuatro y seis horas de rodillas, sin caerse, que los de la casa entraron y lo vieron de rodillas y no se atrevieron a molestarle, pensando que estaba rezando, que cuando se decidieron a llamarle, vieron que estaba muerto; y de cómo toda la ciudad se puso en camino, para ver al Padre de los Pobres, muerto.
En fin, que nos hemos ajustado a la vida de Castro y así es como lo cuenta su primer biógrafo, pero en el corazón de todos está y Granada entera comenta y conoce, por transmitirlo de boca en boca, que la muerte del bendito Juan de Dios, fue tan singular y prodigiosa como lo había sido toda su vida.
Porque al fin y al cabo sabemos que cada uno muere con la singularidad con que ha vivido.